La seducción de un baile al borde de la intimidad

C omo a muchos, el tango atrapó a Carolina Ezcurra estando fuera del país. Llevaba cerca de un año en Madrid cursando una especialización en Economía cuando, un poco por nostalgia y un poco por curiosidad, se le dio por escuchar a Piazzolla, Pugliese y Troilo… y para su sorpresa le gustó. Poco después, durante una fiesta con compañeros colombianos, se dio cuenta de que mientras ellos eran expertos en sus ritmos, “ninguno de los argentinos presentes sabía bailar tango ni por casualidad”. Fue así que al volver a La Plata comenzó a tomar clases y antes de darse cuenta estaba yendo a las milongas con el mismo entusiasmo que en otras épocas solía ir a las “discoteques”. “No a todo el mundo le gusta –reconoce ella- pero si llegás a sentirlo, el tango es un viaje que no tiene vuelta atrás”.

A la par de esa sensibilidad que menciona Carolina, el circuito de las milongas ha venido creciendo en La Plata al punto de que hoy funcionan no menos de quince milongas en la Ciudad. Si a uno le gusta el tango tiene todos los días de la semana un lugar donde ir. Y aunque cada uno de ellos posee su propio público, el de las milongas es un ambiente que tiende a integrar a cualquiera que se acerca por primera vez.

Aunque “no explica por si mismo el crecimiento que tuvo el tango en la Ciudad, el hecho de que La Plata comenzara a ser sub sede del Mundial de Tango fue sin duda un punto de inflexión –sostiene Fernando Troncoso-. Hasta ese momento el tango había estado medio oculto, nadie sabía bien a dónde ir. La idea de sacar el tango a la calle le dio visibilidad y eso hizo que se fueran multiplicando no sólo los espacios donde ir a bailar sino también donde aprender. De todas formas y a pesar del crecimiento que ha tenido en estos años, el tango está lejísimos de ser lo que alguna vez fue”.

Profesor de tango, organizador de una milonga y un referente del ambiente milonguero local, Fernando cuenta que también en su caso se encontró con el tango en el exterior. “No puedo decir que no tuviera un poco de cuna, porque crecí viendo Grandes Valores del Tango y escuchando tangos por radio en la casa de mi vieja, pero la verdad es que lo descubrí en Estados Unidos, donde estuve trabajando varias temporadas en un centro de skí”.

“Todos mis primos bailaban con sus madres salvo yo, que me sentía más del palo del rock. Durante mucho tiempo el tango fue para mí como un mala palabra, pero tarde o temprano te agarra, y si te agarra no hay marcha atrás”

Tras haberle enseñado a bailar a cientos de personas en los últimos años, Fernando asegura que no toma más que unos meses aprender lo suficiente para meterse en una milonga. “Los tiempos de aprendizaje varían mucho entre el hombre y la mujer –dice-. Muchas chicas van a un par de clases y ya salen bailando; a los tipos les toma como mínimo tres meses aprender lo necesario para al menos chapucear. Y es que el hombre tiene que pensar en él, en la mujer y en no llevarse puestos a los demás; porque en la pista todas las parejas van girando como en una especie de ruleta y tenés que circular con cuidado para no chocar”.

Más allá del baile en sí mismo, “lo que atrapa también de la milonga es que es un ambiente con códigos de respeto diferentes a los que se ven en el resto de la sociedad. Hay muchas cosas que se preservan: uno puede dejar sus cosas arriba de la mesa y nadie toca nada y el baile no es necesariamente un medio de levante, se baila por el placer de bailar. Por eso es esperable que si uno saca a una chica ésta acepte y que su aceptación no signifique de por sí que va a pasar algo más”.

Fernando Napolielo, el organizador de la milonga La Clandestina y otro gran referente del ambiente milonguero local, disiente sin embargo con su colega. “La milonga sí es un ambiente de levante –dice-, pero de un levante distinto al que se practica hoy, un levante sutil que exige mucha seducción. Todo el mundo abraza cuando baila, porque es un baile que está al límite de la intimidad. Y cuando se abraza no se guarda nada, es un abrazo a full. Otra cosa es dónde termina eso: puede resultar en un levante o no”.

Napolielo cuenta que en su caso llegó a la milonga de grande, a los 42 años, y como quien busca saldar una deuda de su niñez. “En la casa de mi abuela todos mis primos bailaban con sus madres salvo yo, que me sentía más del palo del rock. Durante mucho tiempo el tango fue para mí como un mala palabra, pero tarde o temprano te agarra, y si te agarra no tiene marcha atrás”.

“Creo que el tango es una cosa que te pasa o no te pasa –dice-. Te pueden dar las herramientas para bailar, pero si no te pasa no hay nada que hacer. Por eso es que si bien hay mucha gente que se acerca todos los años a tomar clases, solo unos pocos tienen esa sensibilidad para reconocer lo que les está pasando y dejarse llevar”.