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Barenboim, en el Colón

7 de Agosto de 2014 | 00:00
Barenboim, en el Colón

Por NICOLÁS ISASI

La West-Eastern Divan Orchestra es una idea concebida en 1999 por el músico argentino Daniel Barenboim (Director Musical General de la Deutsche Staatsoper de Berlín), y el filósofo palestino Edward Said. Su nombre en español significa Orquesta del Diván de Oriente y Occidente, basado en un libro de poemas de Goethe. Está conformada por un gran número de jóvenes israelíes y palestinos. Allí, los participantes mejoran su nivel musical mientras conviven con jóvenes de países en conflicto. Este proyecto demuestra que la música además de ser un lenguaje universal sirve de medio para romper barreras que hasta ahora, más aún en estos días, parecen imposibles. Dicha agrupación, el pasado domingo inauguró en Buenos Aires su 15° aniversario junto a la pianista Martha Argerich, con el Concierto para piano N°1 op. 15 de Beethoven, Sueños Inquietos (de las Piezas fantásticas op. 12 de Schumann) y el Bolero de Ravel, entre otros. El lunes pasado realizaron el Preludio y el Acto II de la ópera “Tristán e Isolda” en versión concierto. Los cantantes que interpretaron a los personajes wagnerianos fueron: Peter Seiffert (Tristán) y René Pape (Rey Marke), ambos alemanes debutantes en el mítico coliseo, Waltraud Meier (Isolda) quien cantó para el Colón en la temporada de 1981, Ekaterina Gubanova (Brangania), la cual cantó en 2010 con la Orquesta de la Scala que trajo Barenboim en su anterior presentación en nuestro país y el cantante argentino Gustavo López Manzitti (Melot).

De manera firme y con la frente en alto, el maestro de espalda al público esperaba el silencio para dar inicio al concierto. Los segundos pasaban y la gente seguía acomodándose, tosía, algún que otro celular y los shhh del público que entendían la falta de respeto de los ruidosos. Barenboim negaba con la cabeza sin poder creer aquello que sucedía. Extendió sus manos y comenzó la música. A los pocos compases un ruido vuelve a perturbar la audición. Inmediatamente, el maestro gira de forma rotunda hacia la derecha y mira hacia el sector de la platea dónde provenía el sonido. Permaneció con la mirada fija por un momento y volvió a su orquesta. En otro atisbo de silencio, comenzó el concierto con el famoso Preludio de la ópera “Tristán e Isolda” de Richard Wagner. Éste, es un original movimiento sinfónico de gran complejidad, debido a una tonalidad ambigua y los elementos temáticos que presenta. Logra un gran clímax desarrollado a través de una textura bien contrapuntística, y llega a desvanecerse por completo en el final, recordando los primeros compases. Entre los músicos de la orquesta, se destacaron el oboe y el corno inglés, además de las cuerdas. Esa misma música también es recordada por algunas ediciones de la cinta surrealista “Un perro andaluz” de Buñuel, fusionada con tango.

Los gestos y respiraciones del Maestro Barenboim invitan a escuchar la música de otra manera. Pareciera que dirige con su energía, sólo con la mirada. Sin dudas su talento es único, además de poseer una memoria y un oído extraordinario. Dirigió, como es de costumbre, todo el concierto sin partitura, y aún se podía leer en sus labios la pronunciación de ciertos textos en alemán para marcarles las entradas a los cantantes.

El público de un Teatro Colón repleto (como pasó y seguirá pasando cada vez que se presente allí), ovacionó de pie a los cantantes principales, la orquesta y por supuesto al Maestro. Los aplausos se hicieron oír al mismo tiempo que los bravos. Barenboim subió a la tarima para saludar uno por uno a los cantantes, estrechando la mano, con besos y abrazos. Luego tocó el turno para los miembros de las primeras filas de la orquesta, que reían y agradecían con gestos de complicidad. Paradójicamente con el silencio que pedía al inicio, cada vez que subía a la tarima, estallaba el sonido de los aplausos en todo el teatro. Y si hay que hacer más ruido para que el Maestro siga tocando en nuestra casa, seguiremos aplaudiendo.

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