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Información General |LA CONMOVEDORA HISTORIA DE DYLAN

Una promesa del golf, en la Villa 31

A los 11 años, Dylan Reales ya ganó 17 torneos en el circuito junior. Se lo califica como un “fuera de serie”. La historia que lo llevó, venciendo prejuicios, desde un barrio pobre a brillar en las canchas

25 de Octubre de 2014 | 00:00

En la Villa 31 de Retiro, donde vive, los vecinos le dicen “el loco del palo”. El mote se lo ganó a fuerza de practicar desde chiquito algo que pretendía imitar al golf usando un palo de escoba y pegándole a los tomates, las cebollas y las papas que quedaban esparcidas por el piso al cerrar una feria que se armaba en la puerta de su casa. El protagonista de esta historia es Dylan Reales, de 11 años, hoy mucho más que el dueño de un sobrenombre pintoresco en un barrio pobre. También, una promesa del golf. Y de tal magnitud, que le permite abrigar sueños de lo más entusiastas: el de recorrer el mundo en un futuro no tan lejano de la mano de su deporte favorito. O el de valerse de un palo y una pelota para sacar para siempre a su familia de la villa.

La atípica carrera de Dylan, que lo llevó -a diferencia de otros chicos de su barrio- a preferir pegarle a una pelota con un palo antes que patearla, nació en la televisión. Allí vio por primera vez a alguien jugar al golf y se interesó profundamente por ese deporte. Ahora Dylan sigue viviendo entre los pobres, pero juega al gol entre los ricos, tras sortear problemas económicos y discriminación.

SALIR DE LA VILLA

“Lo primero que quiero hacer con el primer dinero que gane es sacar a mi familia de la villa”, dijo hace poco Dylan en una entrevista. Y agregó; “de a poco lo voy a lograr; ahora nadie me discrimina, todos me tratan muy bien y nadie dice que se alejen de mí”.

Dylan se distraía hace dos años con la televisión cuando se detuvo en un programa de golf que le llamó la atención, sin saber qué deporte era.

“Me cautivó la paz, los árboles, el paisaje, el canto de los pájaros”, recordó el niño. Dylan le preguntó a su madre de qué se trataba eso de pegarle a una pelotita con un palo. La mamá le contestó que podía ser un partido de polo.

Por entonces, a Dylan le daba lo mismo si era golf o polo: había encontrado su lugar en el mundo, pero entendió que necesitaba auxilio.

Entonces fue a ver a su abuelo Julio Reales, famoso en la familia por darse maña para resolver problemas. “Vos que sabés hacer de todo, me tenés que ayudar”, recordó el niño que le dijo a su abuelo, quien modificó un palo de escoba para que pareciera uno de golf.

Palo en mano, el niño esperaba el cierre de la feria y entonces salía a la caza de frutas y verduras y las sacudía de a una, imitando los movimientos que veía en el programa Golf Channel, del que se hizo fanático.

“Era muy divertido verlo a Dylan”, destacó el presidente de la asociación de feriantes del lugar, Juan Romero. “Le pegaba a todo lo que fuese redondo. Si un nene ve a una cebolla le da una patada y no un palazo”.

Dylan es el mayor de cuatro hermanos, vive con sus padres y su abuelo en un sector pobre en Retiro, casi en el centro de Buenos Aires y colindante con elegantes barrios. Al hogar de Dylan, en un edificio de tres pisos, se accede por una escalera tan empinada y angosta que no cabe el carrito para cargar los palos de golf, y lo deben bajar y subir atado a una soga.

“Tengo grandes sueños como jugar en Japón, en Estados Unidos y ganar el Masters de Augusta; con sacrificio sé que voy a llegar muy lejos”, se entusiasmó Dylan, quien esta semana iba a participar de una ronda de práctica con Angel Cabrera, el mejor jugador de Argentina y ganador del US Open y del Masters.

Dylan tiene 25 de handicap, algo que es excepcional para su edad. El hándicap se calcula entre la puntuación de un jugador y la puntuación ideal de un campo. En el caso de Dylan, al utilizar un promedio de 25 golpes sobre el par es algo fuera de lo común dado que aún no tiene fuerza y potencia con sus golpes.

“Dylan es un fuera de serie no hay duda; tiene gran talento, fuerza y muchas ganas de triunfar”, dijo uno de sus profesores, Francisco Cortés.

¿Pero cómo pasó Dylan de masacrar vegetales en la calle a convertirse en una promesa del golf?

Un día su abuelo lo llevó a un lago y al otro lado Dylan descubrió un campo de golf y cruzaron para verlo de cerca.

“Dylan, somos pobres y ese es un deporte de mucho dinero”, recuerda Don Julio que le dijo a su nieto cuando estaban llegando a la entrada del campo en el exclusivo barrio de Palermo, y con un cartel que les dio la bienvenida: “Clases gratuitas para chicos de 8 a 13 años”.

“Entramos y una señora me dijo que no me aceptaba cuando le dijimos que vivíamos en una villa”, señaló Dylan, quien lejos de desanimarse siguió insistiendo hasta que un profesor lo invitó a unas clases.

Según Don Julio, con apenas dos prácticas Dylan ganó un torneo entre 70 participantes con meses de experiencia y la gran mayoría dos o tres años mayores que su nieto. Desde entonces, Dylan ganó 17 trofeos en el circuito junior.

Ese primer torneo lo ganó con el primer palo “oficial” que le regaló su mamá Makarena. “Se lo regalé juntando peso sobre peso, con mucho esfuerzo y con dos condiciones: que no baje las notas en sus estudios y que ordene todos los días su habitación”, dijo la mujer. Ahora Dylan tiene un set completo de palos gracias al patrocinio de empresas privadas.

Todos los mediodías tras salir de la escuela, Dylan, su abuelo y a veces con su mamá, viaja dos horas entre ida y vuelta, entre caminatas y un tren, desde su hogar hasta el campo de golf, el mismo en el que habría sido rechazado.

Durante el tramo final de la caminata, Dylan se la pasó imitando disparos de golf, ante la sonrisa de su madre Makarena, una ama de casa de 26 años, quien recordó que cada vez que su hijo ve un espejo se para frente a él y se pone a ensayar golpes.

En ese atardecer, Dylan se paseó feliz con su carrito al que llevaba de un lugar para otro en medio de ese escenario de paz y musicalizado por los pájaros, algo similar a lo que descubrió por televisión.

Dylan se entrenó solitario con su profesor Cortes, quien le dijo a su alumno antes de un intento a ocho metros del hoyo: “Si la embocás, te doy 100 pesos”.

Y el niño respondió: “Mejor que vayas sacando 200”, a la vez que aplicó un golpe y la pelotita se fue a dormir a ese pequeño hueco de tierra.

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