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La Ciudad |VIAJES AL PASADO ENTRE EL ARTE Y LA CIENCIA

Secretos del Museo: el difícil desafío de conservar 3 millones de piezas milenarias

Cómo hacen los expertos para cuidar el patrimonio cultural y científico que atesora la Ciudad

26 de Octubre de 2014 | 00:00

Mientras las miles de personas que visitan por año el Museo de Ciencias Naturales observan las piezas que se exhiben en las veinte salas del complejo, manos anónimas llevan a cabo en los depósitos del edificio un trabajo imprescindible y encomiable a la vez, como el de la conservación de los más de 3 millones y medio de objetos que componen el patrimonio de la institución. Se capacitan en forma permanente, utilizan técnicas específicas y tratan a cada elemento con un respeto excelso. Es el Museo que no se ve, pero el que luego sale a la luz o recibe a científicos de todo el mundo.

“Es un trabajo que conlleva una enorme responsabilidad, porque una manipula el patrimonio cultural y científico de todos”, dice la museóloga Silvia Marcianesi, quien desde hace 10 años se desempeña en la Unidad de Conservación y Exhibición. Pero enseguida subraya que “es apasionante”. “Tener en las manos objetos de 2 mil o 10 mil años de antigüedad es conmovedor”, asegura con una sonrisa franca.

En el área de conservación se realizan tareas cotidianas, pero básicamente se trabaja por proyectos. Y Marcianesi participó de dos de los más relevantes de los últimos años: la recuperación y preservación de las areniscas egipcias que datan del 1.300 aC -actualmente exhibidas en la Sala Egipcia- y de textiles andinos de unos 2.000 años de antigüedad.

EL DIA A DIA

En el cuarto de la Unidad de Conservación hay una computadora, estantes, freezers, y en un pequeño salón contiguo, delicadas herramientas de trabajo. Pero el lugar está dominado por una enorme mesa rectangular de madera, que el viernes al mediodía se encontraba “raramente vacía”, comentó personal del Museo.

La historia de los textiles y de las areniscas guarda ribetes increíbles, pero antes de zambullirse en ella, Silvia realiza un par de aclaraciones. “Aquí nos manejamos bajo los parámetros de la conservación preventiva. Cuando hay que actuar sobre piezas en profundidad, convocamos a profesionales restauradores para que guíen el trabajo”, diferencia y explica que “la restauración interviene sobre la materialidad del objeto que, a través del tiempo, perdió algo de su originalidad”.

Luego repasa a grandes rasgos las “acciones cotidianas” inherentes a la conservación, que tienen que ver con que las piezas permanezcan “siempre en las mejores condiciones posibles en depósito. Para ello, el lugar debe estar limpio, con estantes acondicionados con espuma de polietileno para evitar deslizamientos, con un control constante de la temperatura y la humedad relativa que requiere cada colección, así como del tipo de iluminación; se utilizan filtros porque la mayoría de los objetos no puede estar expuesta a la luz directa, ni natural ni artificial”, describe.

Además se realizan inspecciones periódicas para el control de plagas (se fumiga una vez al año), y se hace fuerte hincapié en los “factores generales que afectan a todas las piezas, como una mala manipulación. Por ejemplo, nunca hay que agarrar una vasija por las asas, ya que por más entera que luzca, uno no puede saber si tiene alguna fractura interna imperceptible a simple vista”, apunta la profesional. Detalles, para nada menores.

SALVANDO AL ANTIGUO EGIPTO

Silvia Marcianesi comenta que “en el 2006 se encaró un proyecto muy completo de conservación de los bloques de arenisca” del complejo de Aksha, el asentamiento urbano donde se centralizaba el control económico del imperio egipcio en tiempos de Ramsés II (1279 a 1213 aC). Son piezas originales que formaron parte de templos.

Hoy relucen en la Sala Egipcia. “Pero en los años ‘70 se las ubicó en una sala con la idea de recrear un templo, y no sólo se las amuró a la pared con hierro y cemento sino que se las dejó a merced del público”, describe la museóloga, casi con una expresión de dolor.

Y hubo más. “Se las había cubierto con una resina con la supuesta intención de conservarlas, pero lo cierto es que se las estaba dañando, ya que los bloques habían absorbido gran parte de la sustancia, a la vez que perdían su color original y la profundidad de los jeroglíficos”, inscripciones que narran nada menos que episodios e historias de aquel remoto y enigmático mundo.

El conservador estadounidense Kent Severson llegó hasta el Bosque para capacitar al personal de la Unidad de Conservación y de la División de Arqueología. “Ante todo nos enseñó a observar, para hacer un diagnóstico completo del estado de las piezas. Así se fueron detectando grietas, partes faltantes, materiales originales y no originales. De cada paso se realizó una descripción detallada, y hoy tenemos un corpus documental muy valioso”, dice la especialista platense.

Con cinceles “muy delicados se removieron los restos de cemento, y con acetona se fue quitando la resina, centímetro por centímetro. Fue un tarea que incluyó a 5 personas que trabajamos todos los días durante 2 años”, indica.

Así recuperaron el color y la textura originales de las areniscas, la profundidad de los jeroglíficos, pequeños rastros “perdidos”. “Nos reencontramos con los bloques otra vez”, grafica.

TEXTILES DE DOS MIL AÑOS

La División de Arqueología tiene 3 depósitos con 70 mil piezas; 50 mil en el “depósito 25, con una antigüedad que llega a los 10 mil años”, comenta su encargada, la arqueóloga Ana Igareta.

Ella, junto a una colega, a estudiantes avanzados de Ciencias Naturales y a otros profesionales participó con Silvia Marcianesi del proyecto de conservación de textiles andinos.

En un trabajo interdisciplinario, de los 600 textiles que hay en esos depósitos “se trabajó sobre un corpus de 72, que tenía la particularidad de que nunca había sido procesado”, dice Marcianesi.

¿Cómo encararon el proceso? “Primero diseñamos un protocolo ad hoc con todos los pasos a seguir”, señala y enumera: “Registro fotográfico, una ficha documental y otra específica de conservación, inspección ocular para detectar el estado de las piezas, como su fragilidad, manchas por decoloración, intervenciones anteriores, presencia de plagas activas o inactivas”.

Pasaron entonces al trabajo sobre las invalorables piezas que llegaron al Museo a fines del siglo XIX.

“La primera tarea fue una limpieza mecánica con una aspiradora con filtro a baja potencia. Luego se les pasó un pincel de modo muy suave para remover el polvo y la suciedad de los textiles, que están hechos en base a lana y algodón”, describe, para realzar que “las piezas estaban enmarcadas y, por lo tanto, varias veces dobladas. Y algunas cortadas”, añade y comenta que la hipótesis que manejan es que “en aquel tiempo se las cortaba para comercializarlas, por lo cual pensamos que puede haber pedazos en otros museos o en colecciones personales”.

A la hora de guardarlas “se utilizó un liencillo, tratado sólo con agua, para enrollarlas. Eso con las grandes, que alcanzan los 2 por 2 metros. Son impresionantes, tienen un colorido y un trabajo artesanal admirable”, resalta.

Y continúa: “Las pequeñas se colocaron sobre bandejas de polipropileno corrugado, se sujetaron con espuma de polietileno y se cubrieron con liencillo”.

Hoy están impecables. A salvo. Y se está pensando en realizar una exposición “temporal”.

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