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Espectáculos |JOSÉ MARTÍNEZ SUÁREZ

Un caballero del cine

Presidente del Festival de Mar del Plata que inaugura hoy su 29 ° edición, encontró en el séptimo arte un refugio. A sus 89 años, el hermano mayor de Mirtha Legrand viaja en micro por el centro porteño, llora de emoción con filmes clásicos y ofrece batalla contra aquellos que intentan “robarle” el apoyabrazos en las salas

22 de Noviembre de 2014 | 00:00
Un caballero del cine

Por María Virginia Bruno

“Da la casualidad que cada día falta uno menos”. No podía comenzar la entrevista de otra forma que no fuera con el astuto humor que lo caracteriza. José Martínez Suárez, presidente del Festival de Mar del Plata, es un destacado cineasta, guionista, productor y docente argentino pero, ante todo, un caballero de esos que no abundan. De bajo perfil, se mueve en el centro porteño en colectivo, más precisamente en el 102, y le avergüenza que le cedan el asiento. “Si no tengo nada más que 89, ¿por qué me van a dar el lugar?”, bromea, en diálogo con EL DIA.

Maestro de realizadores como Juan José Campanella, Lucrecia Martel o Gustavo Taretto es admirado y respetado por varias generaciones y mantiene un estrecho vínculo con los jóvenes, a quienes, asegura, hay que exigirles al máximo porque, de no ser así, “estaríamos perdiendo posibilidades de vivir una vida mejor”.

Nacido en Villa Cañás en octubre de 1925, dirigió a un debutante Leonardo Favio en “Dar la Cara” (1962) pero antes escribió y realizó “El Crack” (1960), un doble rol que repitió en “Los Chantas” (1975), “Los muchachos de antes no usaban arsénico” (1976) y “Noches sin lunas ni soles” (1984). En 1974 escribió el guión de “La Mary”, filme de Daniel Tinayre que se acaba de reestrenar digitalizado con Susana Giménez y Carlos Monzón a la cabeza.

“Me alegra que muchos de los que pasaron por mi taller hayan llegado pero, atención, yo no les enseñé a hacer cine, ellos ya venían sabiendo...”

Hasta el 2007, año en el que Jorge Alvarez, por entonces presidente del INCAA, lo convocó para trabajar con él, un hombre al que calificó como “de gran criterio, conocimiento y valores”, Martínez Suárez dictó su reconocido taller cinematográfico que tenía la cualidad de ser individual y en el que no aceptaba a todo el mundo: tenían que reunir algunos requisitos, por ejemplo, haber visto “El Ciudadano” de Orson Wells unas tres o cuatro veces.

“Me alegra que muchos de los que pasaron por mi taller hayan llegado pero, atención, yo no les enseñé a hacer cine, ellos ya venían sabiendo. Campanella, cuando llegó conmigo, era fácil saber que ya era interesante: tan fácil era que en el 84 hice una película que se llamó ´Noche sin lunas ni soles´ y hay una radio encendida y, ficticiamente, habla alguien y dice que vio un corto de Campanella y Castells que es una maravilla. Es decir, en una película mía, estoy hablando de una película de ellos, mucho antes de que yo sea famoso. Entonces, lo mío, sólo fue un pulimiento”, aclara.

En 2008 se hizo cargo de la presidencia del Festival de Mar del Plata, cuya 29° edición se llevará a cabo entre hoy y el 30 de noviembre con una selección de 479 películas, entre clásicos y vanguardias. Desde entonces ahí se lo puede ver, en las salas de proyección, sentado como un espectador más, peleando con el que se siente al lado por quedarse con el apoyabrazos.

Contagiosamente entusiasta, cuenta que vio “todas” las películas de la selección y asegura que la historia del cine nacional forma parte también de la historia del cine mundial. Prueba de ello, sostiene, fue la primera muestra que en 1954 se llevó a cabo en Mar del Plata, en el gobierno de Perón, y en el que “uno caminaba por la calle y por ahí lo paraba Toshiro Mifune para pedirle fuego”.

Para él, ése festival, de cuya realización se cumplen ahora 60 años, fue algo extraordinario: “Siempre digo que yo me supongo, haciéndome una broma a mí mismo, que se suspendieron todos los rodajes en Hollywood mientras se hizo el festival nuestro porque vinieron todos los actores norteamericanos: Errol Flynn, Mary Pickford, Joan Fontaine, Claire Trevor... Era una barbaridad”.

Convencido de que “las únicas estrellas son las películas”, desde que asumió la presidencia nunca pagó un centavo por figuras invitadas y tiene sus motivos. “Con todo lo que necesitamos dinero en el país para las escuelas rurales, para los jubilados y para los enfermos es inadmisible pagar para que aparezca alguien caminando por el escenario y diga ‘estoy muy contento de estar aquí´ (imitando con gracia la fonética de un extranjero)”.

“Pasolini”, filme de Abel Ferrara, protagonizado por Willem Dafoe, abrirá esta noche el festival y no fue una elección casual. “Se trata de una película excelente, sobre la vida de un gran realizador del cual la gente se está olvidando, y que vino muchas veces a nuestro fiesta, donde tejió grandes amistades como la que tuvo con José Arturo Pimentel”.

Quien con total desparpajo se animara a develar en público el misterio de la edad de Mirtha y Goldie (”Declaro formalmente y bajo juramento que mis hermanas nacieron el 23 de febrero de 1927 y que yo nací el 2 de octubre de 1925 “, dijo el año pasado en una imperdible entrevista con Ricardo Darín), remarca que en Argentina “estamos haciendo más películas de las que necesitamos proyectar” y advierte que “tenemos que ser más exigentes con los guiones” porque es lo que salva a un filme.

“Nunca he visto una buena película con mal guión, ni una mala película con un buen guión. Y te das cuenta que es bueno cuando salís del cine con ganas de comentar lo que acabás de ver. Es algo lleno de información, emoción, ternura, pasión, odio. Te conmueve a la derecha, a la izquierda, arriba, abajo. Esas son las películas que yo amo. Yo en el cine lloro, cuando veo ciertas películas que me conmueven, después salgo a la calle y pasa el colectivo, hay un hombre vendiendo caramelos y me digo: ¿Cómo? ¿Y esto que acabo de ver? ¿Cuál de las dos es la realidad?”.

-¿Cuál fue la última película con la que se emocionó?

-Yo me emociono mucho con “El Halcón Maltés”, a pesar de que la veo por centésima vez, también con “Un hombre que quiso ser rey” de Huston, con “Ocho y medio” de Fellini. Y ya cuando escucho el comienzo de los títulos con la música de “Los Siete Samurái” empiezo a sentirme emocionado.

-¿Qué encuentra en el cine?

-El cine es un poco mi refugio. Muchas veces cuando tengo necesidad de sentir que el cine está vivo y que lo amo paso esas películas, no me canso nunca de verlas.

-¿Cuántas películas ha visto en su vida?

-A ver, yo tengo 89, veo cine desde los cinco, porque el cine estaba frente a mi casa en el pueblo. No sabría decirle cuántas pero le doy un dato: un verano, entre el 38 y 39, vi 700 películas. La cuenta es muy simple: las vacaciones duraron cien días, en Rosario había 52 cines, se pasaban cuatro películas en la tarde y tres en la noche, porque en aquellos tiempos duraban menos, entre 62 y 80 minutos como máximo, entonces a la mañana, con lo que se publicaba en el diario La Capital, yo iba haciendo la lista. Todos los días me vi cuatro a la tarde y tres a la noche, todo gracias a mi madre que me daba dinero y alentaba mi entusiasmo y mi fervor. Allí la descubrí a Rita Hayworth cuando todavía se llamaba Margarita Cansino… “Yo en el cine lloro cuando veo ciertas películas que me conmueven, después salgo a la calle y pasa el colectivo, hay un hombre vendiendo caramelos y me digo: ¿Cómo? ¿Y esto que acabo de ver? ¿Cuál de las dos es la realidad?”

-¿Cuándo supo que el cine era lo suyo?

La descubrí ante el hecho de que la sala de juego que había en el pueblo era el cine, el único entretenimiento que había. El empresario era muy amigo de mi padre y el hijo también mío. Así que nos íbamos a la sala, jugábamos en la cabina de proyección, en la platea, atrás del escenario, era nuestro sitio de juego. Y cuando sabíamos que había lluvia por el sur de Santa Fe estábamos atentos porque si llovía por Casilda, San Urbano o Santa Isabel, sabíamos que la camioneta no llegaba con las películas, lo que significaba un sábado y domingo sin cine.

-Una desilusión...

Sí, era verdaderamente una decepción, que nos agobiaba de angustia. Así que los sábados, después del almuerzo, nos íbamos al camino que venía de Rosario, todavía de tierra, y allá veíamos aparecer una nubecita y nos alegrábamos pero a veces era el viejo Don Constanzo que pasaba y nos saludaba. Y por ahí llegaba la camioneta con los rollos atrás, se detenía, subíamos unos cinco o seis chicos, algunos de los cuales todavía podemos seguir contando la historia, llegábamos al cine y hacíamos cómo que ayudábamos a bajar los rollos, que eran muy pesados, pero yo creo que era la alegría de saber que teníamos el material para ver lo que nos daba fuerzas para ayudar a bajar.

-¿Y Mirtha y Goldie lo acompañaban?

Sí, ellas iban también. La señora del caudillo político de nuestro pueblo, la señora Castells de Arteaga, vivía a la vuelta de casa y el cine no comenzaba hasta que llegaba ella. Y cuando la señora tenía un té con amigas, el cine comenzaba más tarde…

-O sea que era una mujer a la que le daba felicidad ver…

-Mi mamá nos sentaba a los tres, mis dos hermanas y yo, en el mármol de la entrada de casa, y cuando veíamos a la señora a la derecha que cruzaba en diagonal le decíamos “¡Mamá! Ahí va la señora del doctor Arteaga!” y ahí cruzábamos e íbamos al cine. Goldie dice que todavía recuerda el perfume que la señora dejaba mientras iba caminando y nosotros íbamos cinco pasos atrás de ella. “El cine es un poco mi refugio. Muchas veces cuando tengo necesidad de sentir que el cine está vivo y que lo amo paso esas películas, no me canso nunca de verlas”

-¿Eran muy unidos con sus hermanas?

-Sí, la familia era muy unida y lo seguimos siendo. Tengo esa característica, me gusta mucho compartir tiempo con mis ocho nietos y mis cinco bisnietos.

-¿Ha ido a alguna vez a los almuerzos de Mirtha?

-Una vez en el año 67 yo estaba trabajando en Chile y vine a Buenos Aires para hacer una diligencias, y al mediodía me llamó un asistente y me dice “le quiere hablar su hermana” y Mirtha me dijo “José, estoy desesperada, faltan diez minutos para comenzar la audición y no me han llegado tres invitados. Haceme la gauchada” y yo le dije que sí. Así que tomé un auto y fui corriendo y eran mentiras de ella porque estaban todos. Fue un refugio que utilizó para que fuera. Esa fue la única vez que fui.

-¿Por qué? ¿No se sintió cómodo?

-No es que no me guste, pero no es mi función, prefiero tener el perfil bajo. De todas formas voy en el colectivo, en el 102, y alguien siempre me dice “Siéntese señor Martínez”.

-¿Viaja en colectivo?

-Sí, por lo general vengo en auto y me vuelvo en colectivo. En verdad tengo que confesar, y esto ya es un comentario sociológico, que quienes más ceden el asiento son las jovencitas, hay mucha gente que se duerme o que mira para afuera o va abstraído leyendo un libro al revés. Y en muchas oportunidades me niego y les digo que estoy a punto de bajar. Y pasan las cuadras y no bajo y una vez, al bajar, una chica me dijo “¡Era mentiroso, eh!”. Es que me da vergüenza. Si no tengo nada más que 89, ¿por qué me van a dar el asiento?

***

Se despide agradecido por la nota preguntando cómo hace para conseguir un ejemplar y agradece sobre todo el hecho de no haber tenido que venir “corriendo hasta a La Plata”, no porque le molestara, porque con gusto lo hubiera hecho, sino por otra razón que, con ternura, explica tímidamente: “Debo confesar que me avergüenza decir que tengo mucho trabajo”. José Martínez Suárez, un hombre común y corriente, un caballero de esos que no se encuentran con facilidad, además de un ejemplo de vitalidad.

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