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Información General |HISTORIAS PLATENSES

Entender como funcionamos: el cerebro está de moda

Con Manes y Bachrach a la cabeza, entender cómo funciona la mente se puso en boca de todos. Sus libros son best seller y más lejos o más cerca de estos referentes mediáticos, hay quienes estudian en el “anonimato” para lograr un cambio positivo en los demás. Un neurosiquiatra y una coach platenses revelan por qué fascina tanto el órgano más complejo del universo

29 de Noviembre de 2014 | 00:00

Por LUCRECIA GALLO

Todo, en algún momento, se pone de moda. El cerebro también.

Ayer estuvo Manes en la TV Pública me dice una compañera de trabajo. Está bueno “Ágilmente”, me avisa mi hermano y aclara: tu cuñada no se enganchó. A mí siempre me costaron las lecturas de autoayuda, pero alguien me chifla: es otra cosa.

Por si no lo sabe: “Ágilmente” y “En cambio” son los dos libros que escribió el biólogo molecular Estanislao Bachrach. Y “Usar el cerebro” el que acuñó el neurólogo y neurocientífico Facundo Manes, conocido por instalar el tema en el eje de la escena y diagnosticar a la Presidenta en octubre de 2013.

A esta altura quizá ya lo escuchó. El cerebro no es sólo el órgano que nos hace humanos sino el más complejo del universo y el único –si, el único- que intenta explicarse a sí mismo. Fascinante. ¿No? A continuación, dos platenses expertos, cada uno en su área, comparten una pasión: lo que hay en la cabeza.

SOMOS NUESTRO CEREBRO

El hábitat de Diego Sarasola -médico investigador en neuropsiquiatría y neurociencias cognitivas, en FLENI Y CEMIC- es un pequeño consultorio en el Instituto de Neurociencias Alexander Luria, del cual es Director General. Además, si uno no lo viera con guardapolvo quizá no lo asociaría a la ciencia. Pero si lee sus recetas seguro que sí. “Tengo letra de médico”, remarca.

-Perdoná el desorden... Si no te molesta, mientras charlamos ordeno un poco- empieza.

Pero cuando la pasión se activa no importa cómo estén las cosas alrededor. Se enfoca en lo que más le gusta. Y ahí está, sentado de espaldas a la ventana que da a la calle 1. “Hay un auge de la neurociencia (léase neuromarketing, neuroeconomía, neuropolítica) del cual soy bastante crítico”, dice enérgico. Y asegura que “cuando dicen `descubrimos la parte del cerebro que te hace elegir un jean`, no dicen algo cierto. Es falso y mucho más complejo”.

Para explicar qué es la neurociencia busca un power point en su computadora y lee: “Las neurociencias estudian el emergente del funcionamiento cerebral que es el pensamiento, el lenguaje, la conducta, los gustos. Todo lo que somos. Eso es nuestro cerebro”. Pero no vaya a creer que lee porque no sabe. Le sale la pasión docente, la que heredó de su madre y de su abuela.

Para llegar al cerebro primero pasó por la carrera de calculista científico en Exactas y más tarde por Medicina. “Estaba demente”, ironiza. Hoy, el 70 por ciento de sus pacientes del Instituto tienen Alzheimer y otras enfermedades que generan demencia.

“Lo fascinante que nos ofrece hoy la neurociencia es que podemos acercarnos al cerebro en vivo, sano”, dice Diego y señala: “antes se veían las lesiones cerebrales cuando alguien dejaba de hablar o no podía mover un brazo, entre otras”.

Los aportes de la neurociencia, según el médico, en la actualidad se dan en un montón de disciplinas, por ejemplo en el Derecho. El testimonio de un testigo que cinco años después debe reconstruir un episodio. “La memoria es una gran tramposa”, dice. Para la ciencia, la memoria es el recuerdo de la última vez que contaste ese recuerdo.

En el Instituto cuentan con musicoterapeutas, terapistas ocupacionales, fonoaudiólogas, psicólogos, neuropsicólogos. Todos con una misma orientación: el estudio de las funciones cerebrales.

La ley indica que como las patologías del cerebro son tan complejas resultan inabarcables por un solo médico. “Yo no atiendo por decisión personal ningún paciente sin médico de cabecera. Sería poco serio”, sentencia al tiempo que explica: “una alteración de cualquiera de los sistemas repercute en el cerebro”. Usted puede, sólo por poner un caso, tener alucinaciones por una infección urinaria. Y claro: desde esta óptica, si está pasando por un stress no habrá ninguno de sus órganos que no se esté manifestando”.

ENTRENARSE

Siempre es mejor un cerebro entrenado que uno no entrenado, pero ojo, no se llega a ser Messi, sólo con entrenarlo. Siempre estarán las condiciones previas, la genética y el entorno. “Hay una limitación de fábrica”, dice Diego y señala que hay entrenamientos cognitivos para la memoria, la atención. Los corredores de Fórmula Uno se entrenan cognitivamente para que su marco de atención sea más amplio. Los periodistas se pueden entrenar para tomar nota por fragmentos. Cuando uno asiste a la universidad entrena su cerebro.

“Siempre les digo a mis alumnos, si ustedes recuerdan una clase mía pueden recordar que era entretenida, interesante, aburrida, que yo era antipático, soberbio o que tenía barba. Cualquiera de esos recuerdos implicó en el cerebro una modificación tal que el recuerdo perdura”, asegura.

En fin, cuando uno entrena el cerebro le puede generar sanos hábitos. “De hecho hay actividades que rosan la autoayuda que pueden ser útiles”, señala el investigador. Simple: entre el sudoku y caminar te va a decir caminá. “Trae beneficios y es más barato que tomar remedios”, señala. Eso le dice a sus pacientes, pero también que aprendan a manejar una computadora. “Es maravilloso cuando una abuela logra mandarle un mail a su nieta que vive afuera”, indica. “Si hay algo que me dio esta profesión es aprender a no juzgar, escuchar, además de que es beneficiosa la empatía. Está comprobado”, asegura.

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NO LO HABÍA PENSADO ASÍ

Dos frases hablan del trabajo de Andrea Suárez Delle Donne -coach comunicacional, experta en Programación Neurolingüística y directora del Instituto de Comunicación Biológica Argentino Americano. “No lo había pensado así”, le dicen tarde o temprano los que la consultan y eso la lleva a reafirmar: “cuando veo que las personas cambian, mi pasión por el cerebro crece más”.

Ella investiga desde fobias a adicciones, desde depresiones y traumas, hasta falta de concentración. “Trabajo para que un malestar o un no poder lograr algo tenga una salida. Y otras veces trabajo para que una imagen sea remplazada por otra”, sintetiza Andrea y clarifica: “Si yo pongo una información en el medio de una acción donde en vez de agarrar el vaso busco agarrar la agenda, el recorrido cambia pero no sólo cambia la acción. Corro el eje de perturbación”.

Para ser claros: en el reemplazo de las imágenes, Andrea cuenta que trabaja con adolescentes que no pueden estudiar, o mejor dicho -dice ella-: “adolescentes a los que sus padres llevan porque dicen: “no sé porque no estudia si tiene todo”. Ella se pregunta si tienen todo. Y le pregunta a ellos por su serenidad, si tiene problemas, y hasta si están enamorados.”Porque el enamoramiento implica un cerebro en guardia obsesiva 24x24. Le mando o no un mensaje, paso por la casa, qué le escribo”, apunta. Como conoce cómo procesa la mente, lleva esa obsesión al estudio. “Vuelvo atractivo el hecho de estudiar. Porque si podés recordar con pelos y señales lo que te dijo el chico que te gusta podés recordar una clase entera”, indica.

Todo muy lindo, pero a veces es mejor que lo explique el que lo sufrió. Gisella Lachaise (24), profesora de danza y bailarina profesional no podía viajar: los ruidos del subte, el colectivo y hasta del ascensor la perturbaban. “No veía otra cosa que el problema. Y estaba equivocada cuando pensaba que para lograr un resultado tenía que esforzarme más. Tenía que cambiar la mirada. Despejé lo aprendido y cambié”, dice. Cambió el enojo por la risa y hasta modificó cosas en su danza sin tener que hacer pasos.

Andrea no siempre estuvo en el mismo lugar. Hace veinte años empezó a leer la temática, pero con muchos libros no pasaba del prólogo. Hasta que diez años atrás se empezó a formar. Se especializó en el lenguaje biológico de los tejidos y en el método Benziger, que estudia cómo es que el cerebro piensa para evaluar su potencial. Los viajes para formar y formarse -desde Ecuador a Colombia, México a Brasil y hasta un proyecto educativo en la Universidad de Río Negro-vinieron después.

“Hace poco daba una charla en el Hospital de Gonnet para neurocirujanos y les decía: cuando llega el paciente y dice tengo un puñal clavado acá, ustedes le dicen bueno... Pero qué le pasa. Lo que le pasa es que tiene un puñal clavado ahí. Esta imagen es metafórica”. Entender el detalle o ver lo global cambia la forma de las cosas.

Al principio su madre, coordinadora de grupos de autoayuda de toda la vida y su hermano, kinesiólogo, la miraban dudosos. Hasta que, como dicen los chicos, se coparon. Hoy en día el kinesiólogo le manda pacientes y utiliza sus conceptos en el consultorio. No hace mucho le pidió asesoramiento por un problema lumbar. “Preguntale qué le pasa en el trabajo porque el área lumbar implica el esfuerzo que estás haciendo”, le respondió Andrea. Y sí, ahí donde todos dicen que la columna vertebral sostiene el cuerpo. Ella dice: también sirve para que el cerebro piense de una u otra manera.

NO SON MÁS QUE CREENCIAS

El cerebro se llena de información que recogen los sentidos y se forman las creencias. “Te creíste que no sos capaz”. Andrea suelta una risa... “Si sos capaz de hablar en español por qué no vas a hablar en inglés”. Su técnica de trabajo abre las puertas de los archivos del cerebro y jura que casi todo se puede cambiar.

Se pasa investigando cómo es que las personas tenemos voces en la cabeza, pero no podemos reconocer la voz propia de las otras. Cómo es que con el manejo lingüístico se puede encontrar respuesta, por ejemplo, a una esquizofrenia, tema en el que trabajó con psiquiatras colombianos. Siempre curiosa, nunca pierde de vista que no se trata de dar consejos. Si te dicen: “no mires más el teléfono”, “ponete las pilas”, no lo vas a poder evitar. “Tenemos una cualidad increíble”, dice ella, “ver en el otro eso que justo no tiene”. Las trampas de nuestra mente. El órgano más complejo del universo. El más apasionante. Y también el más peligrosamente cercano.

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