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Poder, impunidad y sexo

29 de Noviembre de 2014 | 00:00

Por ALEJANDRO CASTAÑEDA

BIENVENIDO A NUEVA YORK, de Abel Ferrara.- Quiere ser una versión libre del caso Strauss-Kahn, ese mandamás del FMI, adicto al sexo, que cayó por haber abusado de una camarera de Guinea en el Sofitel de Manhattan. Pero va más allá: retrata al personaje pero también a su intérprete, Gerard Depardieu, hundido en sus infiernos. En la escena inicial, el actor explica cómo hizo el papel: “Odio los políticos, no les creo y no me cuesta interpretarlos porque el actor no pone sus emociones”. Después, frente a un psiquiatra, su personaje repetirá: “no tengo emociones”. Y Ferrara se agarrará de allí para pintarnos un tipo (¿o dos?) sin alma ni freno que no “no sienten nada”.

El film se organiza en tres planos: las largas reuniones de sexo; la detención y su paseo humillante ante policías y estrados judiciales; y al final sus largas y formidables discusiones con su mujer, entrecruzada de reproches y lágrimas, un ida y vuelta sobre lo íntimo y lo público, con el dinero y el poder pivoteando entre el amor gastado, la vergüenza imposible y las ambiciones perdidas. Desde allí, Ferrara se asoma a la entretela de un capitalismo que entre sus permisos y sus anticuerpos parece exaltar este clima de avasallamiento y excesos. “¿Tenés poder, sexo, dinero? ¿Qué más querés?, le preguntan a este tipo sin culpas ni límites, un desquiciado que confirma que el poder –como dijo Yabrán- es impunidad, un patético y monstruoso personaje que no entiende cómo su castillo de naipes se derrumbó y al que sólo le queda la cínica reflexión de que “no podemos salvar a nadie porque nadie quiere ser salvado”. Una de sus chicas dice que “en América todo es más grande y mejor”. Y la canción del comienzo colorea ese comentario con unos versos que traen más esperanzas que certezas: “América, América, Dios derramó su gracia sobre tí, hasta que la ganancia egoísta ya no manche la bandera de los libres”. La mirada final de Depardieu a la cámara sella el pacto final entre esos dos prepotentes que “no sienten nada”: el personaje público y el actor famoso. (**** MUY BUENA).

TARDA MUCHO

JAUJA, de Lisandro Alonso.- Todo es largo, y demorado. “Jauja” es un punto culminante en la carrera de un cineasta que ha hecho de los planos largos y la paciencia narrativa su razón de ser. Es un cine afectado, con mucha parsimonia y silencio, con algo de alarde y algo de desafío. Nos cuenta las andanzas de un capitán danés que vino a estos pagos con su hija quinceañera. Cuando ella se escapa con un peón, el padre dedicará su vida a buscarla y buscarse. El capitán encontrará en la persecución las imágenes y desvelos de un dolor y una pérdida que vuelven del pasado. Y entre lo que ve y lo que imagina, el filme tarda mucho: si vemos un jinete a 500 metros, la cámara lo esperará sin impacientarse y después que pasa lo seguirá hasta que se pierda al trote tras el horizonte. En la aburrida estadía y en el viaje del capitán, habrá menciones a indios malcriados, soldados despiadados y sueños de un progreso incierto sobre esas lejanías. Lento, austero, exageradamente alargado, con diálogos retóricos y algunas actuaciones que dan pena, Alonso ha explicado las coordenadas de una obra muy bien recibida por la crítica: “Y en ese ritmo aletargado (…) uno no espera tanta acción. Empieza de a poco a transformarse en otra cosa; en algo más introspectivo, algo más inconsciente, algo que no puedo definir porque no sé bien qué es”. (** ½)

MORIBUNOD QUE METE MIEDO

PATRICK, de Mark Hastley.- Innecesaria revisión de un film que en la década del 70 supo abrirse camino en el género. La historia es muy parecida: un joven en coma y un científico que experimenta con él. El film original tenía, además de la novedad, algo de comedia negra, pero ahora se ha transformado en un muestrario de crueldades chocantes que tratan de asustar. La casona promete lo de siempre: oscuridades, rostros inquietantes, ruidos raros, sorpresas. Por suerte para el moribundo, una linda enfermera se interesará mucho en su caso. Y con ella se podrá comunicar y vislumbrar una salida. Otra vueltita en torno de la vieja batalla del mal contra el bien en una clínica siniestra. (* MALA).

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