Prisioneros de la ciencia del siglo XIX

Junto al cacique Foyel, el otro gran lugarteniente de Sayhueque, Inacayal fue en su tiempo amo y señor de la Patagonia. Mandaba sobre un vasto territorio y una fuerza de más de 900 hombres que le impuso resistencia a la Campaña al Desierto casi hasta el final. Durante sus últimos días en La Plata era sin embargo una suerte de fantasma que vagaba por las salas del Museo con la mirada perdida, presa del alcohol y la desolación.

Prisioneros de la ciencia del siglo XIX, Inacayal y los suyos terminaron convertidos en una suerte de colección viva del Museo que acababa de ser fundado en nuestra ciudad. Además de mostrarse ante los visitantes como “salvajes en extinción”, debían acceder a ser fotografiados y medidos cada vez que los investigadores lo requerían. Las mujeres realizaban a su vez limpieza y lavandería; los hombres eran empleados en tareas de construcción.

Si bien durante el día circulaban libremente por el edificio, al llegar la noche se los encerraba en el subsuelo. Su único alimento diario era una olla de sopa el grupo debía compartir. En esas condiciones comenzaron a morir un año después de su arribo. Primero fue Margarita, luego la mujer de Inacayal; más tarde el mayor del grupo, Tafá.

El famoso cacique, que entonces tenía cerca de 50 años, pasó sus últimos días viendo los restos de los suyos exhibidos en una vitrina. Algunas crónicas relatan que una mañana se arrancó la ropa y pronunció una plegaria mirando al sur: Esa misma noche fue hallado muerto al pie de una escalera. Algunas versiones aseguran que se suicidó.