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El último duende

22 de Diciembre de 2014 | 00:00

Por GUSTAVO PROVITINA *

El Maestro Horacio Ferrer acaba de partir para buscar el único lenguaje que ignoraba, esa otra lengua que se escribe desde abajo, desde los ocultos raigones de la historia.

Ya se sabe: la vida de un poeta pertenece a la honda dimensión de las palabras; su muerte, en cambio, nos conmina al piadoso silencio que llega del otro lado.

Horacio Ferrer vivió con la voracidad de un náufrago. Nada de nuestra frágil condición le resultaba ajeno y acaso para aclararse la vida, aún más, escribía sin cesar hasta cuando estaba enfermo. Llevaba la poesía en el cuerpo con la elegancia de los hombres que se saben fuera del tiempo y compartía, sin alardes, la facundia milagrosa de su acervo sin distinción de clases. Conocía las íntimas respiraciones del tango, la abundancia de sus pliegues. Fue el primero y acaso el único en develar la compleja diversidad de sus raíces. Fundó, hace sesenta años, el Club de la Guardia Nueva en Montevideo y desde entonces no escatimó esfuerzos hasta cumplir su misión: fundar la Academia Nacional del Tango. Su libro “El tango, su historia y evolución” inauguró el análisis sistemático de los estilos y de las modalidades del tango, superando las insolvencias del abordaje puramente anecdótico y esta perspectiva los vuelve sorprendentemente atemporales. La precisión de su lenguaje es el resultado de un complejo proceso de elaboración cuyos precursores fueron -según me explicó una calurosa tarde de verano en el Hotel Alvear, donde residía con su adorada Lulú- los dos Ramones: Valle Inclán y Gómez de la Serna. Soportó estoicamente “·el pozo de los sordos y los necios” como llamaba a los anacrónicos de siempre que pretenden cristalizar el tango en la modalidad de una época. El maestro Astor Piazzolla viajó expresamente a Montevideo, en 1968, para proponerle una colaboración que se plasmó en la operita “María de Buenos Aires”, el oratorio “El Pueblo Joven” y en un repertorio de tangos, valses y milongas que se cantan en el mundo entero. “Balada para un loco” sigue siendo el rito de iniciación de las jóvenes generaciones en el mundo del tango. En 1975 estrenó con Horacio Salgan el Oratorio Carlos Gardel. Estimado por los músicos más prestigiosos como el heredero más versátil de los grandes poetas del tango, Horacio Ferrer colaboró con Raúl Garello, Armando Pontier, Osvaldo Tarantino, Héctor Stamponi, Aníbal Troilo y Osvaldo Pugliese, entre otros. El año pasado celebró sus 80 años proyectando las virtudes de su arte en el Teatro Maipo y al poco tiempo estrenó una ópera en el Teatro Colón con música del maestro Perusso: “Bebe Dom o la Ciudad Planeta”. En febrero de 2014 estrenó en Montevideo su ópera “Dandy, el príncipe d e las murgas” con música de Alberto Magnone.

Horacio Ferrer, el último duende, cerró los ojos pero su legado, como su ejemplo, seguirá abierto de par en par.

* Vicepresidente Segundo de la Academia Nacional de Tango

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