Estimado lector, muchas gracias por su interés en nuestras notas. Hemos incorporado el registro con el objetivo de mejorar la información que le brindamos de acuerdo a sus intereses. Para más información haga clic aquí

Enviar Sugerencia
Conectarse a través de Whatsapp
Temas del día:
Buscar
Policiales |DRAMA DETRÁS DE UNA EXTRAÑA INMIGRACIÓN

La muerte de un senegalés en La Plata

Tenía 36 años y se ahorcó en la casa de un vecino que le ofreció un lugar para pasar la Navidad

27 de Diciembre de 2014 | 00:00

Por LUCIANO ROMAN

Clic para ampliarEl expediente policial se liquida en un solo párrafo: Thiam Moussa, senegalés, 36 años, apareció muerto en una vivienda de 532 entre 16 y 17, amarrado a una soga que utilizó para quitarse la vida.

Walter Carrillo lo había encontrado en la noche del 25 de diciembre deambulando por la rambla de 32. Lo vio descalzo, desorientado, y le ofreció algo para comer en su casa y un colchón para pasar la noche. Thiam aceptó, habló muy poco en un español dificultoso, alcanzó a agradecer la hospitalidad de Walter -un gomero bohemio y solidario- y se tiró a dormir en un colchón desvencijado bajo un techo precario. Allí lo encontró Walter, cuando se levantó, en una posición extraña. “Pensé que podía estar rezando... como son musulmanes”, contó. Pero se acercó al ver que un rato después no se había movido. Allí descubrió que había atado una soga a una viga que atraviesa el techo y se la había anudado al cuello. La altura de la viga no alcanzaba para quedar colgado, de manera que flexionó sus piernas e hizo fuerza hacia abajo hasta morir asfixiado. “La forma más cruel de matarse”, dicen los médicos forenses.

Thiam había dejado en Senegal -un país de 12 millones de habitantes, más chico que la provincia de Buenos Aires- a dos hijos de 5 y 7 años. Quizá nunca logren entender qué lo llevó a su padre a matarse en una modesta vivienda de la avenida 532

Thiam había venido a la Argentina por primera vez hace tres años. Tenía familiares en La Plata pero pasó casi todo el tiempo vendiendo chucherías, relojes y mercadería de dudosa procedencia en las calles de Catamarca. Era de una pequeña ciudad de Senegal, Meje, donde quedaron sus dos hijos varones, de 5 y 7 años. En noviembre pudo viajar a visitarlos y había regresado a la Argentina hacía pocas semanas. Su familia dice que pensaba volver a Catamarca después de comprar mercadería en Buenos Aires.

Se estima que en La Plata hay entre 300 y 400 senegaleses. Forman una comunidad cerrada, de pocas palabras, costumbres casi espartanas y dueña de algunos secretos. ¿Quién los trae? ¿Son engranajes de alguna organización? Son preguntas que en la Dirección de Migraciones -donde les dan la documentación que pone su situación en regla- dicen no conocer.

Todos se dedican a la misma actividad: venden relojes, bijouterie, anteojos, cinturones, billeteras, cadenas y cadenitas que compran en lugares que nunca revelan. Todo en forma ambulante, con maletines y mantas que despliegan en la calle. Algunos tienen paradas fijas; otros caminan y van por los bares. Eso es, al menos, lo que se ve a simple vista. No vienen a arraigarse, por eso no construyen viviendas aquí, ni se casan, ni tienen hijos. Pero muchos pasan varios años antes de volver. Como si el sacrificio valiera la pena.

La mayoría vive en condiciones precarias. Muchos en pensiones o especies de conventillos en la zona de la Terminal de Omnibus. Hay una cuadra (la de 3 entre 42 y 43) que podría bautizarse como “Pequeña Senegal”. Detrás de una puerta de madera, por ejemplo, se esconden pilas de cuchetas alrededor de un patio donde, a simple vista, viven entre 30 y 40 hombres, todos jóvenes, que hablan su idioma, el “wolof”. Allí lo conocían a Thiam, pero mucho más conocen a familiares suyos que hace años están asentados en La Plata y que han accedido a otras comodidades. Viven en un departamento en 69 entre 2 y 3, donde anoche llegaban decenas de senegaleses algo conmovidos por la noticia.

Como Thiam, la mayoría viene a Argentina a sobrevivir; no a progresar. No traen a sus familias; no se insertan más que en su propia comunidad; no aprenden más que los rudimentos del español; no van a la Universidad; no buscan otros trabajos por fuera de ese “circuito negro” de la venta callejera.

Vienen de un país que dejó de ser colonia francesa hace 54 años (el 4 de abril de 1960) y que arrastra en su historia siglos de esclavitud y miseria. De Senegal, lo único que resulta familiar al común de los argentinos es el nombre de su capital, Dakar, gracias al célebre Rally que arrancaba en París y terminaba allí. Ahora es una república democrática, donde el Islam es la religión dominante, pero que sigue hundida en niveles alarmantes de pobreza. Entre el 50 y el 60 por ciento de la población es pobre; uno de cada cinco habitantes tiene algún grado de desnutrición, según los índices que maneja la Organización Mundial de la Salud.

Para viajar a Argentina reciben ayuda y la mayoría lo hace en avión. Thiam llegó a nuestro país por primera vez por vía aérea. Y acababa de volver de Senegal también en clase turista. El pasaje le había costado 1.800 dólares. Y sus familiares en La Plata dicen que se lo pagó el padre, “porque tiene plata”.

Hablar de plata con los senegaleses es entrar en un terreno resbaladizo. No dicen a cuánto compran la mercadería, qué ganancia les queda, si es toda para ellos o trabajan para otro. Pero lo que se ve es que son de alguna forma “prisioneros” de ese sistema de venta de mercadería cuyo origen no está certificado y de ese sistema de venta marginal.

¿Por qué Thiam había ido a Catamarca y pensaba volver allí si tenía sobrinos y una hermana en La Plata? ¿Hay una “organización” que les asigna la plaza en la que pueden trabajar? “A el le gustaba Catamarca”, dicen sus familiares en la calle 69. Allí tenía un permiso para trabajar en la calle.

Cuando la Policía lo encontró ahorcado en la casa del gomero de 532 tenía como unos piolines (entre 3 y 4) ajustados a su cuerpo, entre el abdomen y el tórax. Lo vio Walter mientras lo revisaban los forenses en el lugar que él le había ofrecido para dormir, sin imaginar jamás que lo usaría para morir. ¿Eran para llevar mercadería debajo de la ropa? No se sabe. También tenía 1.500 pesos en el bolsillo del pantalón de buzo que llevaba puesto.

“Con esa plata iba a comprar mercadería a Buenos Aires. No sabemos si fue o no. En los últimos dos días no lo habíamos visto...”, dicen en la puerta del departamento de la calle 69. Quizá oculten, con derecho, alguna desavenencia familiar. Pero sus mayores afectos no estaban aquí sino en Meje, a 12.000 kilómetros de distancia.

¿Qué lo pudo llevar a ahorcarse en la casa de un vecino que le prestó un colchón para pasar la noche en el día de Navidad? Sus familiares dicen no tener idea: “No debía plata, no tenía problemas con nadie, había vuelto hace poco de visitar a su mujer y a sus hijos...”, enumeran, como si se tratase una situación armoniosa y sin sobresaltos. Pero decidió quitarse la vida: “Todas las muertes las decide Alá”, contestan con convicción musulmana.

Thiam era musulmán practicante y rezaba todos los días arrodillado sobre una pequeña alfombra con la cabeza hacia abajo y los brazos extendidos. Pero tenía una debilidad que su religión no permite y que los familiares admiten como el único “punto débil”: tomaba alcohol.

Hace pocos días había regresado de un viaje a Senegal. Llevaba tres años en Argentina y el pasaje le había costado 1.800 dólares

Cuando Walter lo encontró frente a su casa, casi tirado en la rambla de 32, “había tomado mucho”. Y en la vivienda encontró algo más que un colchón: le ofrecieron una petaca de whisky que aceptó compartir antes de ir a dormir.

¿Fue la decisión desesperada de un hombre desterrado, con sus hijos del otro lado del océano, en el día de Navidad? Aquella conjetura, que ayer recorría la cuadra de 532 entre 15 y 16, pierde entidad cuando sus mismos familiares reconocen que la Navidad no es para ellos una ocasión demasiado especial. En el Islam, Jesús es considerado uno de los profetas. Su nacimiento no representa una celebración religiosa, aunque algunos han asimilado la costumbre de una modesta reunión familiar para esa fecha.

Thiam, por otra parte, no estaba solo. Es casi una excepción en la comunidad senegalesa de La Plata, porque tiene aquí a una hermana. El 98 por ciento de los africanos que llegan a La Plata son hombres.

Entre esos familiares, anoche había más resignación que consternación. Y aunque se ofrecieron a hablar de lo sucedido -y lo hicieron con amabilidad-, se les notaba cierta incomodidad. Es la primera vez que los senegaleses son noticia por una muerte. Salvo algunos hechos vinculados a operativos contra la venta clandestina, en general no figuran en la crónica policial. Viven encerrados y apegados a la observancia estricta del Islam. Los hombres no se relacionan con mujeres argentinas y crean lazos sociales muy acotados: sólo con comerciantes del barrio de la Terminal, donde hacen las compras diarias, y con aquellos que les alquilan esos lugares en los que la mayoría sobrevive. Esos “interlocutores” los definen como “gente buenísima”, que nunca se mete en conflictos ni los provoca.

La muerte de Thiam encierra, evidentemente, secretos y misterios. Como también encierra secretos y misterios la vida de sus compatriotas en La Plata. Hay algo que no se sabe o no se cuenta, porque nadie se anuda a una soga y presiona hasta asfixiarse por una borrachera navideña.

Thiam había llegado a la Argentina con alguna ilusión que quizá se haya evaporado.

Ayer eran las 8 de la noche aquí en La Plata y las 11 de la noche en Senegal. A esa hora -a través de Skype- se enteraban sus hijos de lo que probablemente nunca logren entender.

Si el expediente policial no se cerrara con un solo párrafo, quizá podrían encontrarse algunas respuestas a las preguntas que rodean no sólo la muerte de este joven fornido y de raza negra, sino también la vida de esos miles de senegaleses que llegan a la Argentina para sobrevivir sin otro destino ni otra búsqueda que la de la venta de mercadería dudosa: ¿Quién los trae? ¿Quién hace negocio con ellos? ¿En esas preguntas se encierra la razón de esta extraña muerte?

1.500
Son los pesos que tenía Thiam en el bolsillo cuando la Policía revisó su cuerpo sin vida en la casa del gomero. Le habían ofrecido un colchón porque dembulaba angustiado sobre la rambla de la avenida 32 en la noche de Navidad

Las noticias locales nunca fueron tan importantes
SUSCRIBITE

+ Comentarios

Para comentar suscribite haciendo click aquí

ESTA NOTA ES EXCLUSIVA PARA SUSCRIPTORES

HA ALCANZADO EL LIMITE DE NOTAS GRATUITAS

Para disfrutar este artículo, análisis y más,
por favor, suscríbase a uno de nuestros planes digitales

¿Ya tiene suscripción? Ingresar

Básico Promocional

$120/mes

*LOS PRIMEROS 3 MESES, LUEGO $2250

Acceso ilimitado a www.eldia.com

Suscribirme

Full Promocional

$160/mes

*LOS PRIMEROS 3 MESES, LUEGO $3450

Acceso ilimitado a www.eldia.com

Acceso a la versión PDF

Beneficios Club El Día

Suscribirme
Ir al Inicio
cargando...
Básico Promocional
Acceso ilimitado a www.eldia.com
$120.-

POR MES*

*Costo por 3 meses. Luego $2250.-/mes
Mustang Cloud - CMS para portales de noticias

Para ver nuestro sitio correctamente gire la pantalla