¡Ojalá que no se contagien!

TODA LA EMOCIÓN DE LOS HINCHAS DE GIMNASIA PARA RECIBIR AL PLANTEL EN LA PUERTA DEL HOTEL DONDE SE HOSPEDÓ AYER

OPINION
Por NICOLAS NARDINI

Si dentro del concepto general de jugar con pasión está comprendido el dar puntapiés con riesgo sobre el físico del adversario, pues entonces habrá que repensar de una vez por todas si las cosas marchan bien en nuestro fútbol. Los lamentables episodios protagonizados por algunos protagonistas en los partidos de verano encendieron una luz de alerta que debe ser atendida con la mayor celeridad posible.

La brutal entrada de Marín a Centurión en el Boca-Racing, el tremendo puntapié de Vangioni a Pavón (lo sacó por dos meses de las canchas por fractura en un dedo de su pie) o la demencial plancha con que Gigliotti buscó disputar el balón con Barovero (por milímetros no se produjo una lesión grave) forman parte de una escalada de juego violento que empieza a preocupar. No se trata de sucesos aislados sin conexión entre sí. Muy por el contrario, reflejan la manera en que se está “jugando” al fútbol en la Argentina.

Pareciera que todos quieren demostrar cuán guapos son, a la acción una reacción peor y así se van corriendo los límites hasta lo insospechado. Esta manera de jugar ya se “cargó” al joven xeneize Pavón por dos meses. En el afán de demostrar vaya a saber qué cosa, los colegas de profesión se están lastimando, en algunos casos ni siquiera se busca la pelota, el foco directamente se pone sobre el físico del adversario, se busca premeditadamente lastimar y luego no son pocos los que se escudan en el cada vez menos creíble paraguas de que “se juega a mil revoluciones por segundo”.

Bajo ese falso pretexto se golpean de manera artera, se lanzan sobre el rival sin importar las consecuencias y se actúa para la galería.

Hay una demagogia manifiesta en el accionar de muchos protagonistas. La sensación que queda flotando es que quieren congraciarse con sus hinchas golpeando a los representantes de su tradicional rival. Poco importa romper el tobillo de un colega si por ello se ganan cinco efímeros minutos de idolatría de los que piden que, de ser posible, pasen por encima a sus adversarios.

Por suerte, al menos por ahora, los jugadores ganados por esa furia exacerbada son una minoría, pero no por ello hay que dejar de poner el foco sobre acciones de una violencia asombrosa. Si en un simple torneo veraniego se superan los límites de esta manera, ¿qué se puede esperar para cuando se juegue por los porotos?

Siempre es mejor prevenir que curar. Los que tengan responsabilidades, tanto Tribunal de Disciplina para sancionar, entrenadores y formadores para bajar una línea de cordura en sus respectivos clubes o Escuela de Arbitros para imponer una línea inflexible de aquí en adelante contra el juego brusco, no pueden pasar por alto el dantesco espectáculo que se está viendo en el fútbol de verano.

Mañana se disputará una nueva edición del clásico platense en Mar del Plata. Ojalá que los protagonistas no se contagien de lo que se vio en el Superclásico. Que no se confunda el fervor y la pasión con la violencia y la temeridad.