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Testimonios de giros laborales: cambiar de rumbo

¿Soy feliz haciendo esto? ¿Cuál es mi sueño? Preguntas que al menos todos se hacen alguna vez en la vida. Historias de personas que a punto de recibirse o ya graduados decidieron tomar otro camino y cambiaron la meta

31 de Enero de 2015 | 00:00

Por LUCRECIA GALLO

De chicos, cuando jugábamos al oficio mudo, algunos repetían siempre lo mismo y otros, audaces, tenían varias opciones en la manga para representar. Se trataba simplemente de un juego. Como en todo, a veces, sólo es cuestión de animarse.

¿No le pasa que hay días en que se pregunta si es feliz haciendo lo que hace? ¿Recuerda con nostalgia el sueño que dejó secándose al sol? No se aflija. Lo más importante es reconocer el minuto en que uno se encuentra con la certeza. Se dice a sí mismo: ya sé lo que quiero hacer. Ojo! Si duda, no intente hacer trampa. No se puede.

Hay quienes empezaron una carrera que no les gustó. Incluso, hay quienes se graduaron en algo que hoy no ejercen. Se dieron cuenta que un título no era todo. Que la vida laboral que llevaban no los satisfacía. Que no eran felices. Pero hicieran lo que hicieran, pegar el volantazo implicaba sobre todo esfuerzo y valentía.

¿No le pasa que hay días en que se pregunta si es feliz haciendo lo que hace? ¿Recuerda con nostalgia el sueño que dejó secándose al sol? Lo más importante es reconocer el minuto en que uno se encuentra con la certeza

En esta nota, una casi contadora que decide estudiar música, un abogado que se pasa a la coctelería, y una ingeniera química que deja todo para vender ropa en la playa, vuelven a pasar por el momento en que cambiaron de rumbo y reafirman la decisión que tomaron para sus vidas.

HACER EL CLIC

Marta Sáez tiene 27 años y podría ser contadora, pero no lo es ni lo será. Estaba a un paso del título cuando dio un giro que la llevó a decidirse por lo que siempre le había gustado: la música. Como tantos, cuando terminó el secundario, arrancó -sin pensarlo demasiado- en Ciencias Económicas. Le gustaban los números y contaba con el antecedente de que en matemática y contabilidad le iba bien. Sacó cuentas y la suma era sencilla. “Pensé en lo económico y en que iba vivir bien -Marta suelta una risa-, ideas que uno tiene, bastante erradas. Y porque para mi papá iba a ser un orgullo tener una hija contadora”.

El clic lo hizo en el 2009 cuando empezó la búsqueda laboral. Estaba en cuarto año y podía empezar a trabajar. Pero claro, no quería saber nada con un estudio contable. “Estaba negada”, dice. Tanto que hoy ni siquiera recuerda dónde queda el lugar en el que tuvo su primera entrevista. Lo que no se olvida es la seriedad y preocupación que tenía la gente en ese lugar y que ella no quería parecérseles ni en un gesto. “Me preguntaba qué hacía ahí. Y dije todo lo que le tenía que decir para que no me llamaran”, asegura.

Pero como en las películas, siempre aparece alguien o algo que te empuja a la decisión final. Ese mismo año conoció a un chico que la impulsó a terminar de hacer el clic. “Me hizo grabar “No puedo tenerte”, la versión de Sin Bandera, en un estudio de grabación. Ese día me di cuenta que podía trabajar en lo que me gustaba, me dije esto es lo que quiero seguir haciendo”, recuerda y asegura: “Económicas me dejó amigos, pero optar por la música fue la mejor decisión que pude tomar”.

Después vinieron las clases de canto en forma particular, dos años en el Centro de Formación Artística (CEFOA) y su incursión en el coro de La Catedral. Y va por más: en el 2014 arrancó el profesorado de Música popular en la facultad de Bellas Artes de la Universidad Nacional de La Plata y para este año proyecta un dúo con Soledad Diotto, su profesora de canto particular. “El día que me fui a anotar a la Facultad fue increíble. Entrar y escuchar que en todas las aulas había chicos tocando el piano o la guitarra en el patio... Se me puso la piel de gallina”, dice y, como acto reflejo, pasa su mano por el brazo.

Cuando Marta describe en qué cambió su vida, asegura: “Antes no era yo. Yo no pertenecía a Económicas. Sufría. Renegaba de todo. Me sentía sapo de otro pozo. Ahora encontré mi lugar. Me siento plena. Y doy todo lo que puedo dar todos los días de mi vida por lo que me gusta”.

No vaya a creer que esta chica se la pasa todo el día con la guitarrita. Aunque aprender a acompañarse con el piano o la guitarra es lo que más desea, desde que se decidió por la música, cursa por la mañana, trabaja en un comercio -seis horas- por la tarde y claro, sus compañeros pueden dar testimonio: ensaya hasta altas horas de la noche.

“Si tuviera que volver a elegir, elegiría lo mismo, pero mucho antes”, reflexiona y reafirma: “La música es por lo único que dejaría todo”. Ahora, como siempre, cuenta con el apoyo de su familia y amigas. Esas que le dijeron que iba a poder. Aunque a veces piensa que a esta altura podría estar recibida, prefiere pensar que por algo pasan las cosas. Mis amigas desde chica me hacían cantar. Sin importar donde estuviéramos: un micro, un cumpleaños o de vacaciones. En cualquier situación saltaba una y gritaba: “tengo una amiga que canta”, y claro, ella de a poco se animaba a soltar la voz. Se animó cada vez más. Tanto que hasta proyecta tener una escuelita de música propia y cantar en París. Cuando uno la escucha, no caben dudas. Su camino, lejos de los números, es hacerse escuchar.

UN VIAJE DE IDA

No hubo un día puntual en la vida de José Ignacio (Nacho) Pastrana, abogado, 30 años, que lo hiciera cambiar de rumbo. Lo venía pensando o madurando, como le gusta decir a él desde el último tiempo en que cursaba en la Facultad. Había muchas cosas de la profesión que no le gustaban, como a otros tantos colegas. Y sabía que tenía una opción: hacer otra cosa.

Esta historia, asegura Nacho, la contó varias veces. Salió del colegio Nacional y se metió en abogacía. Le gustaba la idea de ser juez, pero con el tiempo y el estudio, esa idea, junto a la de ejercer como abogado, se fueron perdiendo. “Me faltarían diez materias para finalizar la carrera cuando tuve mi primera y única crisis, empecé a faltar y me acuerdo que una profesora de derecho administrativo me convenció para que terminara”, dice Nacho y suelta: “casi que por ella la terminé”.

Como decíamos, no hubo un día en la vida de Nacho, sino dos viajes y un amigo, Lucio, que lo llevaron a cambiar. Corría el 2010 cuando, con la matrícula a medio iniciar, se fue de viaje. Seis meses por Europa. “Recorrí lo típico”, dice y asegura que el tiempo que estuvo en Barcelona fue especial. Lucio, el amigo que lo hospedaba, tenía una cafetería: “Piaccere café”. Y él le mostró el mundo de la gastronomía.

En el 2009 ya había trabajado por primera vez de mozo en Uruguay, en unas vacaciones, y le encantó. Pero fue recién en 2011, cuando estuvo cuatro meses en Estados Unidos con la excusa de enseñar español en Minnesota, que pudo conocer Nueva York y la gastronomía callejera.

...Y si. La vida está para hacer lo que uno quiere y, al parecer, es una sola, no pierda el tiempo ni se excuse, juéguesela

“Los viajes me alejaron bastante de la profesión. Cuando volví me puse en campaña para hacer un curso de coctelería en capital y supe que me iba a dedicar a esto”, define Nacho. Era el 2012. El mismo año en que Lucio, su amigo, volvía a La Plata y la apertura del restó&café Rimbaud se hacía realidad. Ya hace casi dos años que Nacho trabaja como bartender en ese lugar.

Pocos sospecharían que detrás de esa barba larga y tupida, se esconde un joven bastante tímido para las fotos, un abogado recibido que caminó poco tiempo los pasillos del derecho administrativo y un bartender que se mueve como pez en el agua, detrás de la barra, cuando le piden un Negroni o un Manhatan, sus tragos clásicos preferidos. Son las seis de la tarde de los últimos días de enero y al tiempo que prepara licuados y tragos, en esta entrevista Nacho recuerda: “Todavía estoy matriculado. Me tengo que dar de baja”.

“Todos los laburos tienen su pro y su contra. Hay partes muy tediosas pero hay otras mucho más reconfortantes que las que yo vi en la abogacía”, dice Nacho y afirma que tiene colegas que reniegan de la profesión, que cuando se enteran que está en la gastronomía, le dicen: “que bueno, yo quisiera”. Y algunos no entienden y le dicen cómo: ¿Sos abogado? ¿Qué hacés acá?

No se ve volviendo al Derecho y lo que más le gusta de su vida, ahora, es el servicio. “No recuerdo que alguien no me haya apoyado en mi decisión, sino todo lo contrario”, recuerda, al tiempo que reflexiona: “Es muy importante y muy difícil cambiar. Cortar lo que siempre nos viene un poco impuesto. Quizá yo estudié abogacía porque mi mamá es abogada. Nunca me dijeron lo que tenía que estudiar. Pero uno repite comportamientos de manera inconsciente y no se anima a romper eso que viene impuesto. Cambiar te da un mundo de cosas nuevas que no las hubieras conocido de otra forma; es genial”.

AL LADO DEL CAMINO

Nicasia Berrueta, 31 años, ingeniera química, recuerda que el día en que decidió cambiar de rumbo fue el mismo día que faltó al trabajo porque no tenía ganas de ir y se quedó tirada en el sillón. Así de simple. “Me acuerdo que sentí que era la hora de llevar a cabo las cosas que venía con ganas de hacer, que todo estaba dado para eso, que era ahí o quizás nunca”, reconoce. “Vivía en Buenos Aires, cerca de mis amigas de la facultad o colegio y con mi novio de siempre, sosteniendo materialmente todo con un trabajo que no me gustaba, y para el cual no era, obviamente, la persona correcta, por lo cual sabía que si tenía esa certeza y no hacía algo, sería una mediocre. Además venía de dos pérdidas familiares fuertes y eso también me alentaba a cambiar de aire, a hacer cosas nuevas”. Vender ropa.

“Es muy importante y muy difícil cambiar. Cortar lo que siempre nos viene un poco impuesto. Cambiar te da un mundo de cosas nuevas que no la hubieras conocido de otra forma, es genial”

Trabajaba como ingeniera química en una fábrica de productos cosméticos en Aseguramiento de Calidad. Llegó a esa carrera porque le gustaba la química e ingeniería perfilaba como una carrera con mucha salida laboral. Y no se equivocó. “Estudiar la carrera me gustó, pero trabajar es otra cosa”, asegura.

En un día de esos iba al trabajo en bicicleta, por lo general llegaba tarde e intentaba en lo posible salir más temprano. Tenía excelente relación con su jefe y su compañera de trabajo. “Eso hacía que lo pasara en verdad muy bien”, recuerda. Les gustaba su casa, el barrio, las actividades que hacía fuera del trabajo. “Lo que no me bancaba era la rutina, los horarios fijos de lunes a viernes (aunque nunca los cumpliese), no poder viajar más de 15 días al año”, sentencia.

“En cuanto sentí que mi “fantasía” por cambiar se volvía una opción tangible, lo primero que hice fue llamar a mi primo y consultarle si necesitaba a alguien, o sea yo, para trabajar en la temporada ese año y me dijo que sí”. Luego se enteró todo su entorno. Las amigas le daban el ok a full y se mostraron contentas por ella. A su mamá y hermana les costó un poco, quizás por el momento familiar que estaban pasando. Y su novio, si bien al principio la frenó, terminó sumándose con ella en este nuevo rumbo.

Ahora, la otra vida es recuerdo. Vive con su pareja vendiendo ropa en la playa. En Argentina y en Italia. “La rutina existe pero es otra, está dada por los ciclos, las temporadas. No tengo una casa fija. Tengo trato con mucha gente todo el tiempo. Yo decido el horario de trabajo, los planteo según los resultados que busco. Es una actividad que me gusta”, confirma Nicasia

¿Pensás que alguna vez volverás a cambiar de rumbo?, se le pregunta.

Sí, obvio, responde. Esta vida de viaje en viaje, no la voy a poder llevar adelante siempre. Si algún día tengo un hijo, en algo el rumbo va a cambiar”. Nicasia está segura que se dará todo para reconocer cuando llegue el momento de modificar el rumbo otra vez. “Estoy segura que algo de todo esto va a quedar. Quizá siga en ventas, o siga viajando, o me dedique a la ropa en un lugar fijo, pero -lo dice convencida- cuando se tocan puntos en uno que antes no se habían tocado, algo se despierta y es raro que se duerma otra vez. Hoy no volvería a un trabajo en el que no me sienta feliz. Al menos mientras me pueda dar el lujo de elegir”. Y si. La vida está para hacer lo que uno quiere y, al parecer, es una sola, no pierda el tiempo ni se excuse, juéguesela. Al menos eso es lo que proponen estas historias, en las que ninguno de los protagonistas se arrepiente de haber dado el volantazo.

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