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Joyas secretas del Museo: lo que no se ve de un patrimonio universal

Con paciencia y vocación y en muchos casos ad honorem, un equipo de profesionales y alumnos preserva miles de piezas de un valor incalculable

1 de Febrero de 2015 | 00:00

Por cuestiones económicas o políticas, o ambas, de un tiempo a esta parte los investigadores comenzaron a realizar menos campañas. Así, se volcaron más y más a estudiar las colecciones de los museos. Y estos, por tanto, decidieron revalorizar sus depósitos llevando a cabo un minucioso trabajo para que los científicos puedan zambullirse entre piezas de decenas de miles de años. Ocurrió en todo el mundo, y el Museo de Ciencias Naturales de La Plata, referencia mundial en su materia, incorporó sin dudarlo ese cambio en la percepción de “los sitios que no se ven” del histórico complejo académico-científico.

El jueves pasado a media mañana, el salón mayor de los tres que integran el depósito de Arqueología del Museo platense lucía impecable. Sus más de 50.000 piezas, sobre las 70.000 que existen en ese área, se disponían prolijamente referenciadas en numerosos estantes, al tiempo que sobre dos mesas cómodas y perfectamente iluminadas descansaban puntas de flechas de la Patagonia y miles de pedacitos de objetos que están siendo clasificados para su restauración. Esas mesas son las que usan los investigadores que van a estudiar las colecciones. Cada día son más, por lo que tuvieron que implementar un riguroso sistema de turnos.

Hoy el Museo cuenta con 5 millones de objetos, es el dato más actualizado, de fines del 2014, por lo que en las salas se ve una mínima parte

Se trata del “depósito 25”, y luce impoluto porque en 2008 se tomó la decisión de reabrirlo para que deje de ser un lugar de mero almacenamiento y se convierta en centro de investigación, en sintonía con los nuevos tiempos. Es el depósito que “no se ve”, por lo que también se comenzó a implementar una política de “accesibilidad” para que el público pueda ir disfrutando de colecciones que tienen una antigüedad que va de los 50.000 años a la época de la conquista española.

TRABAJO DE EQUIPO

Quien cuenta todo es la arqueóloga y doctora en Ciencias Naturales Ana Igareta, encargada desde aquel 2008 del depósito de Arqueología, uno de los más antiguos del Museo del Bosque. La experta tiene sobre sus espaldas un currículum ‘pesado’, pero explica las cosas con una sencillez que impresiona y permanentemente resalta que el mayor éxito de su gestión fue el haber conformado “un equipo de trabajo fabuloso (con una colaboradora y alumnos de la facultad), sin el cual esto hubiese sido lisa y llanamente imposible”, enfatiza.

Luego de contar que la merma que se produjo en los viajes de campaña de los investigadores está ligada a razones económicas pero también a decisiones políticas de protección de territorios, como por ejemplo los pertenecientes a comunidades indígenas, Igareta apunta que “aquí hay materiales de todas las provincias argentinas, y también de países limítrofes, de India, Egipto, Francia y Bélgica”.

Los de países europeos pertenecen a la colección Ameghino y tienen unos 50 mil años de antigüedad. Luego hay más ‘recientes’, hasta llegar a la época de la conquista. Y ya. Porque desde 2004 no se pueden recibir más colecciones.

Rodeada de esas joyas, la experta apunta que en el “depósito 25” hay cerámicas, objetos de piedra, madera, metal, vidrio, huesos, textiles de origen vegetal y animal, material malacológico (caracoles). “Cuando se decidió reabrirlo, hace 6 años, esto era un depósito en el sentido literal de la palabra. Y el desafío, convertirlo en un sitio ideal para la investigación”, dice Igareta, quien comenzó a trabajar junto con la técnica en Arqueología Jorgelina Collazo y a “un fabuloso grupo de alumnos de la facultad, ocho en total, que lo hacen ad honorem y fueron una pieza crucial para avanzar en la tarea de reinventarear todo la materia prima”, realza.

“Calculamos que si renováramos cada 4 meses las piezas arqueológicas en exhibición, tardaríamos 12 años en mostrarlas todas”, comentan

Y es que las 70 mil piezas que hay en los depósitos de arqueología podrían ser más, y en ello están trabajando “desde hace 5 años, y aún nos quedan otros 5 por delante”, dijo Ana con total naturalidad.

¿Y cómo se decide qué se exhibe?

Todo un tema, que la arqueóloga explica con sencillez. “Un museo tiene dos patas, la exhibición y la investigación. Hay algunos que tienen una fabulosa exhibición y casi nada en depósito, y otros que poseen material muy valioso que no pueden mostrar por falta de espacio. Creo que este ha logrado un equilibrio exitoso”, define.

Luego afirma que se está trabajando mucho el tema accesibilidad. “Con un criterio pedagógico, la Unidad de Conservación y Exhibición va decidiendo qué piezas se van a mostrar, en muchos casos mediante exposiciones temáticas”, dice y añade: “Hoy el Museo cuenta con 5 millones de objetos, es el dato más actualizado, de fines del 2014, por lo que en las salas se ve una mínima parte. Pero esto también es museo, acá se investiga, acá vienen científicos de todo el mundo, acá se restauran piezas milenarias”, explica, mientras le da la espalda -circunstancialmente- a la piedra fundacional de la institución, que descansa en el “depósito 25”. Y cierra con un ejemplo. “Calculamos que si renováramos cada 4 meses las piezas arqueológicas en exhibición, tardaríamos 12 años en mostrarlas todas”, comenta la especialista.

En cuanto al valor de esas piezas, Igareta no duda en afirmar que todas son valiosas por igual. “Si, hay algunas que son únicas, pero las que se reiteran tienen la misma importancia, porque para el investigador, si bien un objeto único es impresionante desde lo estético y tecnológico, al punto que uno se pregunta a diario cómo se pudieron fabricar ciertas cosas hace 10 mil, 20 mil y más años atrás, lo cierto es que la repetición de materiales le hablan sobre el modo de vida de una civilización, le indica cómo cocinaban, qué cazaban, cómo enterraban a sus muertos”, enumera.

En ese contexto, el equipo del depósito de arqueología ha iniciado otro trabajo encomiable. Ha incorporado a la restauradora Julieta Pellizzari, egresada de Bellas Artes como escultora y con un posgrado en Buenos Aires, para rearmar objetos a partir de miles y miles de trocitos que se hallaron desde el 2008 en numerosas cajas. Pertenecen básicamente a la colección Lafone Quevedo, y la dura parte de búsqueda de fragmentos la lleva a cabo Romina Giambelluca, la primera pasante que se graduó luego de realizar toda la carrera colaborando y aprendiendo en el depósito.

Organizan el material, lo referencian (de dónde llegó, cuándo, quien lo trajo, a qué cultura pertenece), lo limpian, lo restauran, investigan. En el Museo que no se ve, se trabaja a diario para conservar un patrimonio único en el mundo.

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