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Oscuridad y sufrimientos en una obra que mitifica lo rural

3 de Octubre de 2013 | 00:00
“PERRO. UN CUENTO RURAL” SE OFRECE EN EL PORTEÑO  ESPACIO POLONIA, FITZ ROY 1477, LOS JUEVES A LAS 21
“PERRO. UN CUENTO RURAL” SE OFRECE EN EL PORTEÑO ESPACIO POLONIA, FITZ ROY 1477, LOS JUEVES A LAS 21

“Perro. Un cuento rural”, escrita, dirigida y protagonizada por Hernán Grinstein en el porteño Espacio Polonia, es un ejercicio de difícil trámite donde se conjugan la violencia, lo abyecto y la humillación.

Nacida de un montaje dirigido por Claudio Tolcachir en 2008, la pieza fue retomada para su personal lucimiento por Grinstein, quien personifica a un extraño ser, mezcla de humano y animal, entrenado para matar contrincantes en lejanos rings de provincias.

El individuo utiliza un modo gutural para expresarse, netamente infantil como sus sentimientos sobre una joven sirvientita prostituida (Maday Méndez) y su obsecuencia con su ¿padre? entrenador (José María Marcos), quienes marcarán a fuego su existencia.

Alrededor de ellos, un boliche miserable sirve para que un par de desclasados (Francisco Franco y Tulio Gómez Alzaga) levanten apuestas sobre peleas de perros, con sádicos comentarios sobre la actividad en esos picaderos.

Ese cruce entre animales y el humanoide que es capaz de enfrentarse a golpes mortales y dentelladas a la yugular tanto con un hombre como de cualquier ser vivo capaz de responder fieramente es lo que funciona como metáfora de la desprotección.

Ese ser forjado en el dolor y el desprecio, cosa comerciable, descartable, es uno de los más desprotegidos vistos en un escenario local en mucho tiempo, un desgraciado extremo cuyo padecimiento resulta naturalizado.

La pieza se inscribe en una suerte de teatro neorrural, donde la lejanía incorpora lo extraño y desconocido, del que participan obras como “Lote 77”, de Marcelo Mininno, y “Llanto de perro”, de Andrés Binetti, con todas las diferencias que hay entre ellas.

El problema es que su montaje en un ámbito como Espacio Polonia resulta una experiencia francamente claustrofóbica, porque el lugar es muy pequeño y los gritos y los fuertes ruidos provocados por la acción en ocasiones dificultan oír los parlamentos.

La sordidez general del ámbito se ve reforzada por la escenografía de Fabricio Mercado y por las luces de Lucía Feijoó y Christian Gadea, que supieron delinear lo siniestro.

Hay una esforzada tarea de Grinstein a cargo de su animalezco luchador y buenos momentos del oportunista agente a cargo de José María Marcos y de Maday Méndez como una muchachita de habla incierta que por su condición de mujer es otra víctima cantada.

“Perro. Un cuento rural” se ofrece en Espacio Polonia, Fitz Roy 1477, los jueves a las 21.

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