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Un legado que marca el rumbo de la Iglesia

28 de Febrero de 2013 | 00:00
EL PAPA, EN SU CONMOVEDORA DESPEDIDA DE AYER EN SAN PEDRO
EL PAPA, EN SU CONMOVEDORA DESPEDIDA DE AYER EN SAN PEDRO

Benedicto XVI se va tras haber marcado las líneas de renovación y purificación de la Iglesia, en un pontificado de casi ocho años que ha estado golpeado por los casos de clérigos pederastas y el escándalo Vatileaks, que puso al descubierto las tramas e intrigas en el Vaticano.

Con casi 86 años y escasas fuerzas físicas, aunque en plenas facultades mentales, Joseph Ratzinger pasa la investidura a un Papa que tenga -según dijo en su discurso de renuncia- el vigor “tanto de cuerpo como de espíritu para gobernar la Barca de San Pedro y anunciar el Evangelio”.

El Papa saliente tuvo que vivir años convulsos en la Iglesia Católica, donde afloraron cientos de casos de abusos sexuales cometidos por sacerdotes a menores que pusieron en la picota a las iglesias de Irlanda, EE UU, Alemania, Austria y Bélgica, entre otras. Pero pocos días antes de ser elegido Papa -el 19 de abril de 2005- denunció “cuánta suciedad y cuánta soberbia hay en la Iglesia y entre los que por su sacerdocio deberían estar entregados al Redentor”. Y así, poco después de llegar al papado, comenzó con la limpieza de esa suciedad, empezando con el fundador de los Legionarios de Cristo, el mexicano Marcial Maciel, castigado por pedófilo. Benedicto XVI declaró “tolerancia cero” hacia los abusos, lo que supuso un giro de 180 grados respecto a lo que se hacía hasta entonces, donde se imponía el silencio o el simple alejamiento del pederasta, muchas veces a centros con otros niños.

Pero no fue lo único que hizo Ratzinger al respecto: también reformó el Código de Derecho Canónico al introducir el delito de posesión de pornografía infantil por el clero y exigió que los culpables sean denunciados a la justicia, convencido de que “el perdón no sustituye a la justicia”. En estos ocho años, Ratzinger robusteció un papado que tuvo como ejes el diálogo entre fe y razón, el ecumenismo, proseguir el trabajo trazado en el Concilio Vaticano II y la defensa a ultranza de la vida desde el momento de la concepción hasta la muerte natural, y de la familia como célula básica de la sociedad.

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