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Información General |VIDAS QUE SE LLEVA EL TRÁNSITO

El drama detrás de las cifras

Historias de dolor e impotencia en el invariable mapa de los accidentes viales

21 de Marzo de 2010 | 00:00
Al recordar a su hija Natalia, María Luján habla una otra vez del vacío. Desde que hace casi dos años un coche la mató mientras cruzaba el camino Centenario, esa palabra parece ser la única capaz de explicar cómo vive hoy la familia Lofeudo. En su casa de City Bell, frente al último retrato de ella, ese vacío no sólo se respira en el dolor de su ausencia: también en el sinsentido de un accidente que se las arrebató cuando tenía 14 años y en la angustia de no poder llenar aún los últimos instantes de su vida. En todo este tiempo, sus padres no ha conseguido dar con una sola persona que les explique exactamente qué fue lo que pasó.

Aquel 22 de mayo de 2008, Natalia, que cursaba séptimo grado y era una chica muy popular, salió como siempre para encontrarse con sus amigos en la calle Cantilo y fue luego a la puerta de la Escuela Media 12 de Gonnet en busca de uno de ellos. Se sabe que no lo encontró y que decidió volver al Centenario para tomar el micro de vuelta a su casa. El resto es parte de la crónica policial: a las 7 de la tarde, mientras cruzaba el camino a la altura de 495, un Fiat Palio la atropelló dejándola tirada en la rambla que divide ambas manos.

Tras el accidente, los mensajes de texto empezaron a circular entre los amigos de Natalia. Fue así como su mamá se enteró de que algo pasaba. Como su marido había salido con el auto familiar y en la policía no podían confirmarle nada, tomó un remise junto a sus otras dos hijas para ir a la comisaría 6º. Nunca llegó. Al pasar por la esquina de 495 supo en el acto que aquella chica muerta era su hija.

María Jesús Grachot perdió a su hija  Karina Magrizzi. Tenia 17 años cuando fue atropellada en Tolosa en febrero de 1999"Es muy difícil aceptarlo cuando uno puede siquiera explicarle a la más chiquita por qué su hermana no vuelve. Uno sigue adelante porque tiene otros hijos que lo necesitan, pero vive todos lo días con ese vacío. Esta claro que una respuesta judicial no te devuelve a tu hija, pero cuando no la hay... En este país uno puede matar con su auto y ni siquiera te llaman a declarar. Esa noche, al llegar finalmente a la comisaría la mujer que atropelló a Natalia ya se había ido a su casa manejando", cuenta María Luján.

Vacío es una expresión omnipresente en los relatos de las familiares de las víctimas del tránsito. Habla de la dolorosa ausencia de sus seres queridos, del sentido de sus muertes, de la impunidad que los atormenta y de la falta también de acciones efectivas para frenar una enorme tragedia que año a año se reedita entre nosotros casi invariablemente con la misma cantidad de víctimas fatales: cerca de una cada tres días.

Norma Forchini perdió a su papá en  diciembre de 2007. Iba en bicicleta por Ensenada cuando un remise lo atropellóA lo largo de 2009, el tránsito se cobró la vida de 109 personas sólo en nuestra Región; este año ya lleva 24. Las cifras no alcanzan sin embargo para expresar el desconsuelo de cientos de familias, ni menos aún su impotencia infinita.

ACECHADA POR EL ESPANTO

En el caso de Norma Forchini, quien perdió a su papá en 2007, esa impotencia pasa hoy por no poder acordarse de él sin revivir el espanto que aquel día que marcó para siempre a su familia. Fue un 16 de diciembre. Guillermo, que entonces tenía 78 años salió en su bicicleta para probar suerte en el María Luján y Micaela Lofeudo, la  mamá y una de las hermanas de Natalia, atropellada en Gonnet en mayo de 2008Quini 6. "Juego un numerito y vengo", le dijo a su mujer. "No te demorés, Guille, que ya está la comida", le pidió ella en su última charla tras 54 años de casados.

Media hora más tarde, un policía tocaba el timbre de la casa de la familia Forchini en Ensenada. "Cuando me dijo que había habido un accidente no quise preguntar nada. En parte porque tenía mucho miedo, pero también por esperanza. Le dije a mi nene `traeme los documentos del abuelo` y agarré un pijama pensando en que debía estar en el hospital. Pero cuando llegamos al lugar con mi hijo, mi papá todavía estaba tirado en la calle. El remise que lo atropelló lo había arrastrado cerca de una cuadra", dice Norma.

Lo que vio en ese momento es un pesadilla de la que Norma no logra desprenderse. Tampoco su hijo, que entonces tenía 16 años. Guillermo Forchino bajaba en su bicicleta el puente de Bossinga y el Arroyo Doña Flora cuando un remise a más de cien kilómetros por hora lo sorprendió por atrás. Cuando el conductor pudo finalmente detenerse, Guillermo ya estaba muerto.

María Alicia Saez y Carlos Ayala, los  papás de Diego, quien perdió la vida en enero de 2007 al ser embestido por un micro en el Centro de La Plata"Un accidente de tránsito así es lo más triste que te puede pasar en la vida: de pronto una persona querida que está sana y feliz sale a la calle y no vuelve más, y todo porque hay gente que desprecia la vida. Cómo explicar sino la actitud de un tipo a va 120 kilómetros por hora en un lugar dónde la máxima es de 60", siente Norma.

"Después de toda una vida juntos, mi mamá se quedó sola; y mi hijo todavía tiene recaídas y está con una psicóloga. En nuestra familia ya nada fue igual desde ese momento. No así para el tipo que atropelló a mi papá. El sigue arriba de un remise; ni siquiera lo inhabilitaron para manejar profesionalmente", dice.

UN ABISMO QUE SE ABRE

Ese abismo que se abre de pronto en la vida de las familias de las víctimas, pero rara vez en la de quienes les arrebataron a sus seres queridos, es una de las cosas que más atormenta a María Jesús Grachot cuando recuerda la muerte de su hija, ocurrida hace once años.

El 27 de febrero de 1999, Karina Alejandra Magrizzi -que tenía 17 y cursaba el último año en el Colegio Nuestra Señora del Carmen- bajó el cordón para reunirse con una amiga que estaba del otro lado de la calle. Ambas habían resuelto pegar la vuelta para esquivar a un grupo de chicos que jugaban al carnaval cuando en la esquina de 5 y 528, una camioneta la llevó por delante arrastrándola casi media cuadra.

"El conductor nunca se hizo cargo de lo causó, ni siquiera en el momento mismo del accidente. En lugar de auxiliarla se puso a llamar al abogado y a sus conocidos en la policía para que lo asesoran; fueron los propios vecinos los que pidieron una ambulancia. Después se fue a su casa, lavó la camioneta y se acostó a dormir mientras mi hija se moría en el hospital cuando la estaban operando", cuenta María Jesús.

"No hay nada más en la vida después de dejar a un hijo en el cementerio. A partir de ahí no te importa nada más. Pero uno tiene que seguir lidiando con un montón de otras cosas horribles: a la gente no le interesa tu dolor y tu hijo pasa ser un número. Yo me encontrado yendo a la fiscalía para preguntar por la causa de Karina, y me respondían con un número de expediente; ese número era ahora ella".

"El juicio terminó hace unos años y mal -cuenta María Jesús-. El juez resolvió que los dos eran culpables, tanto mi hija que estaba en la esquina como este hombre que venía con una camioneta por un barrio y no pudo frenar ni en cincuenta metros. Pero si lo dos tienen la misma culpa por qué mi hija está secándose en un cajón y el otro sigue manejando como si nada. Unos meses después del accidente, el tipo estaba llevando gente a votar con la misma camioneta, sin cambiar siquiera los vidrios donde mi hija pegó con su cuerpo. Nunca le sacaron el registro".

GESTOS DE VALENTIA

Así como año tras año la pérdida de vidas en accidentes de tránsito no retrocede en nuestra Región; tampoco a nivel nacional, donde las campañas oficiales apenas logran hacer mella en las estadísticas y el número de víctimas fatales se ha mantenido casi casi invariable a lo largo de la última década.

Mientras que 1996 terminaba en Argentina con 7.864 personas muertas por accidentes viales, el año pasado lo hizo con 7.885 en todo el país. En este funesto balance no pueden dejar de considerarse además las cerca de 120 mil personas que cada año resultan heridas; un tercio de ellas con lesiones invalidantes, según datos de la Asociación Civil Luchemos por la Vida.

Clic para ampliarPero lo cierto es que ni siquiera esas cifras alcanzan remotamente a expresar la magnitud del drama que significa para cada una de esas familias. Tras la pérdida de un ser querido en un accidente vial ya nada vuelve a ser igual, reconocen de una u otra forma quienes se vieron tocados de cerca.

Alguna familias conviven silenciosamente con su dolor; otras intentan encausarlo en acciones; a todas les cuesta hablar de ello porque saben que su experiencia es intransmitible en su real magnitud y que del otro lado hay muchas veces una sociedad incapaz de oirlos. De ahí que el esfuerzo de María Alicia Saez -como el de María Luján, Norma o María Jesús- resulta un gesto de enorme valentía.

A tres años de perder a su hijo, María Alicia y su marido Carlos no pueden siquiera mencionar su nombre sin quebrarse. "Diego... Diego Ayala se llamaba y tenía 22 años el día que murió", dice su mamá.

El 10 de enero de 2007 había estado lloviznado. Después de una jornada de trabajo en la panadería Monumental, Diego volvía a su casa en moto. Con él viajaba su novia Daniela en el asiento trasero. Se habían conocido cinco años antes cuando él trabajaba en un taller mecánico vecino a la casa de ella. Al llegar la esquina de 1 y 46, un micro los encerró. Perdieron el equilibrio. Un instante antes de caer, él empujó a la chica hacia la rambla pero no pudo salvarse de las ruedas del colectivo.

Los domingos, que antaño eran el momento en que la familia Ayala se reunía para compartir el mate con las facturas llevadas por Diego, hoy es el día en que su mamá va a visitarlo al cementerio. No tiene consuelo: "`Hola papá; hola, mamá`, decía siempre cuando llegaba. Se lo extraña al hijo, nunca se lo va a dejar de extrañar", cuenta su papá con los ojos llenos de lágrimas.

Desde el instante que supieron del accidente, un dolor desgarrador se instaló en la familia. El hermano mayor sufrió una crisis que lo llevó a destruir a pedradas el micro que atropelló a Diego; una de sus hermanas tuvo que ser internada en un psiquiátrico para superar la depresión y el papá nunca volvió a recuperar su salud. Y aunque es María Alicia quien sostiene emocionalmente a los suyos también ella está quebrada.

"La verdad es que no quería hablar -confiesa al final de la entrevista_. Si decidí hacerlo es por la esperanza de le sirva tal vez a alguien. Lo sigo viendo a mi hijo todos los días, y todos los días veo lo que nos lo arrebató: la gente que maneja no respeta nada, no sé si la gente está mal o qué... no sé".

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