Mirta y Jorge Romero cumplieron el jueves pasado 60 años de casados, casi 61 años desde el momento en que se vieron por primera vez en una fiesta de Carnaval en La Plata. Aún así, basta observarlos sólo unos minutos para advertir que son dueños de un mundo espiritual exclusivo de ellos dos; un delicado y exquisito mecanismo con equilibrio propio. ¿En qué consiste ese mecanismo? Ni ellos saben explicarlo más allá de su "tolerancia" y "compañerismo" como pareja. Pero lo cierto es que si ellos que lo lograron apenas pueden explicarlo, la mayoría de los matrimonios de este tiempo rara vez lo alcanza.
En un momento en que uno de cada tres casamientos termina en divorcio y el promedio de duración de los vínculos conyugales se reduce a menos de diez años en el país, las parejas como la de Mirta y Jorge constituyen un ejemplo de que la vieja frase "hasta que la muerte los separe" no es necesariamente una incitación al homicidio.
Cómo se hace para sostener un matrimonio durante más de medio siglo y llegar a contarlo en armonía se ha convertido en objeto de un número cada vez mayor de estudios psicológicos. Y aunque todos suelen indicar sus propias fórmulas, muchos de ellos reconocen que en el fondo existen tantas fórmulas como parejas existosas. En suma, que más que formulas lo que hay son historias personales.
COMPAÑERISMOJorge había ido disfrazado de cazador; Mirta, de Aldeana. Tenían entonces 24 años y proyectos distintos: ella, que se había recibido ya de profesora de física y matemática, aspiraba a conseguir un cargo; él, con estudios primarios; apostaba a encontrar en la venta de calefones y cocinas un medio de vida. Tras un breve noviazgo -apenas nueve meses de paseos por el centro de la Ciudad e idas al cine-, Jorge se decidió a "pedir su mano". Y a partir de entonces, los proyectos personales de cada quien se convirtieron en uno solo, cuentan.
"Aunque en ese tiempo yo trabajaba de maestra, decidí renunciar de entrada". ¿Por qué? "Porque no quería acostumbrarme a un sueldo; quería poder dedicarme en forma exclusiva a formar una familia; ya vendría el momento en que pudiera volver, me dije", relata Irma. Pero llegaron sus cuatro hijos, uno tras otro, y "nunca pudo volver a hacer lo que le gustaba", reconoce apenado su marido. "Nunca me arrepentí", dice ella tomándolo de la mano.
El hecho es que aquella decisión no resultó fácil de sostener para la pareja. Jorge, quien había ingresado para entonces en el Registro de la Propiedad, debía trabajar muchas horas al día y apenas si tenían tiempo para ellos. "Como se iba muy temprano, siempre nos levantábamos una hora antes para conversar un rato", cuenta Irma, quien dice que así lo hicieron hasta el momento de la jubilación y de una forma tan religiosa como las partidas de Scrabel que comparten aún todas las noches.
¿Discusiones y peleas? "Claro que la tuvimos, como todo el mundo, y a veces se armaban fuertes -reconocen ambos-; pero si uno tenía una opinión diferente a la del otro, se conversaba. Mire, siempre tuvimos una buena comunicación y fuimos muy compañeros: quizás por ahí pase la cosa", dice ella.
INTELIGENCIA AL DISCUTIRTampoco el matrimonio de Irma Salerno y Alfredo Romero -quienes se conocieron hace 65 años en Villa Elvira tras saludarse cierto día en la calle- estuvo exento de discusiones y peleas. "Todavía las tenemos; cada tanto alguna cosita; pero siempre pasajeras. Lo que pasa es que él tiene un carácter muy lindo y además está cada vez más mimoso", explica ella con cierto aire de enamorada.
Lejos de no sufrir desavenencias y crisis, los matrimonios exitosos -sostiene John Gottman, un psicólogo de la Universidad de Washington que se dedica desde hace treinta años a estudiar el tema- se diferencian del resto por dejar fuera de sus discusiones lo que él llama los Cuatro Jinetes del Apocalipsis: la crítica, el desprecio, la actitud defensiva y la evasión.
"Estas personas pueden mantener una discusión sin faltarse el respeto; saben retomar la calma y pensar con lucidez, ser flexibles la hora de negociar, sin dejar por eso que el otro avasalle sus sueños", detalla el psicólogo.
Para él, se trata de una forma de inteligencia, natural o adquirida, que nada tiene que ver con el coeficiente intelectual. "Hay parejas con un buen nivel intelectual que se pasan veinte años peleando por lo mismo y descalificando al otro sin siquiera darse cuenta", sostiene Gottman.
EL MAPA DEL AMOR
En la cocina de su casa de Los Hornos, Mabel Vigil prepara la merienda para su marido Mario, quien se encuentra en cama debido a un larga enfermedad: la leche, ni muy fría ni muy caliente; las galletas sin sal, de esa panadería que a él le gusta; y el diario que le presta todas las tardes una vecina. Después de 65 años juntos, a ella le parece natural "conocerle todos los gustos", aunque aclara que "siempre fue así".
Lo mismo que muchas parejas con una larga y armoniosa convivencia, ellos reúnen una característica que algunos especialista identifican como "el mapa del amor". Esto quiere decir que conocen íntimamente el mundo de su compañero y han destinado un amplio espacio en su cerebro para volcarlo a la vida cotidiana.
"Recuerdan eventos importantes de la vida del otro; saben con qué prefiere condimentar la ensalada, qué música detesta y cuáles son sus limitaciones. Pero además se lo hacen saber en los detalles cotidianos", sostiene Gottman.
"¿A quién le interesa estar con alguien que no conoce las cosas que nos gustan y, si la conoce, no hace nada con eso?", reflexiona Mabel quien explica que esas atenciones que siempre tuvo con su marido no son nada frente a todo lo que él la ayudó a ser una persona mejor.
CRECIMIENTO PERSONAL"Nos llevamos doce años de diferencia. Cuando lo conocí, a través de unos amigos en común, yo era prácticamente analfabeta: había ido a la escuela sólo hasta cuarto grado, porque había tenido que empezar a trabajar con mi mamá, que era modista. El, en cambio, era un profesor. Y aunque la diferencia entre los dos era bastante grande en muchos sentidos, supo cómo no darle importancia, ayudándome al mismo tiempo a terminar la escuela", cuenta Mabel.
"Me tomó bastante tiempo, porque ya teníamos a los chicos y el trabajaba mucho. Pero todas las noches dedicaba un rato a ayudarme con el estudio. No fue sólo aprender a leer; me convirtió en una persona mejor; porque yo antes me sentía menos que los demás", explica ella remarcando otro rasgo asociado a los matrimonios exitosos.
A través de un estudio reciente, el psicólogo Gary Lewandowski de la Universidad de Nueva Jersey, sostiene que "cuanto más crecimiento individual se experimente desde la pareja, más posibilidades existen de sostener una relación satisfactoria". Porque "aún cuando la noción del crecimiento propio puede sonar como intrínsecamente individualista, lleva a relaciones más sustentables", asegura.
Compromiso con el crecimiento del otro, compañerismo, respeto, inteligencia para dejar fuera de las discusiones maritales la crítica y el desprecio... quizás suenen para muchos a verdades de perogrullo. Y acaso lo sean. Pero dado el promedio de duración de los matrimonios en el país, está claro que en la práctica no abundan.
En la cocina de su casa de Los Hornos, Mabel Vigil prepara la merienda para su marido Mario, quien se encuentra en cama debido a un larga enfermedad: la leche, ni muy fría ni muy caliente; las galletas sin sal, de esa panadería que a él le gusta; y el diario que le presta todas las tardes una vecina. Después de 65 años juntos, a ella le parece natural "conocerle todos los gustos", aunque aclara que "siempre fue así".
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