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Información General |ASESINATO DE CLAUDIA DOZO

El drama íntimo detrás de un crimen que conmovió a los platenses

El caso de la psicóloga Claudia Dozo acaba de desembocar en una durísima condena a su ex marido, Yerko Zlatar. EL DIA profundizó en una trama familiar que tuvo a esa mujer como víctima de una escalada de odio que terminó en su horrible asesinatoPor FACUNDO BAÑEZ

El drama íntimo detrás de un crimen que conmovió a los platenses

El drama íntimo detrás de un crimen que conmovió a los platenses

14 de Agosto de 2011 | 00:00

-El le pegaba. Y ella vivía con miedo: una vez me dijo: "tengo miedo que Yerko me limpie".

Clic para ampliarQuien habla es Patricia Herzfeld, una de las mejores amigas de Claudia Nelly Dozo, la psicóloga platense asesinada en 2003 en su casa de la calle 59. La declaración, tomada durante el juicio, fue una de las tantas piezas que el Tribunal Oral IV de La Plata tuvo en cuenta a la hora de armar el rompecabezas del caso y condenar así a Yerko Zlatar Alé a cadena perpetua. En su veredicto, dictado el lunes pasado, los jueces Emir Caputo Tártara, Gloria Berzosa y Juan Carlos Bruni (h) dieron por probado que Alé mandó a matar a su esposa para cobrar un seguro de vida de 200 mil pesos. Con su fallo -en el que se condenó también a Maximiliano Romano a la pena de 18 años de prisión por ser el autor material-, el tribunal dio por cerrado un caso policial que conmovió a la Ciudad en su momento. El crimen de Claudia Dozo sacudió las páginas policiales. Y su brutal muerte, además, dejó al descubierto una trama familiar que, acaso como toda trama, había comenzado en realidad mucho antes.

LOS COMIENZOS

Yerko y Claudia se habían conocido a mediados del 77 en un micro que iba de La Plata a Buenos Aires. El tenía 35 años y ella 33. Se sentaron uno al lado del otro y, como solía hacer en aquellos años, ese muchacho de ojos claros y cierto aire de galán recio no tardó en recurrir a su repertorio de cortejador gallardo para concretar la conquista.

-¿Me ves cara conocida? -se infló él, pícaro y locuaz-. Por supuesto. Soy yo, el cantante...

Nacido en 1942 en Camirí, un pueblito del altiplano boliviano, Yerko adoptó a La Plata como un lugar propio y comenzó de joven a cursar Geología en la Universidad local. Había llegado al país con tres hermanos, una hermana y dos pasiones marcadas a fuego: el fútbol y la canción melódica. La primera fue la que lo hizo vestir con apenas 16 años la camiseta del seleccionado juvenil de su país y adoptar en estas tierras los colores de Estudiantes como si fueran propios. Pero fue la segunda de sus querencias la mayor de todas: era una pasión que había nacido en su país natal y que más tarde, acá en La Plata, lo catapultó a un estrellato que en pocos años lo convirtió en una de las voces más cotizadas del género.

Al llegar a La Plata, Yerko se instaló en un departamento ubicado frente al colegio Eucarístico que al poco tiempo se convirtió en el punto de reunión obligado para todos sus compañeros de curso. Por aquellos días, el joven Yerko bajaba todas las noches y les daba serenatas a las alumnas del pensionado que miraban desde las ventanas. Ellas tiraban papelitos pidiendo temas y él, con aires de amante cortés, les respondía con la voz más dulce de que era capaz desde su improvisado escenario montado en la vereda.

La fama de Yerko crecía y su andar orondo y risueño era cosa frecuente por los salones del comedor universitario o en los estudios de Radio Provincia. Pero fue sólo con la intervención del músico Facundo Cabral -conocido en aquellos años como el Indio Gasparino- que la popularidad que soñaba Yerko logró multiplicarse.

-Vos tenés que ser cantante profesional -le dijo Cabral-. Y yo te voy a dar una mano.

Clic para ampliarJunto al músico, Yerko aprendió lo que era una grabadora y cómo se manejaba el mercado discográfico. Grabó un disco que fue un éxito tanto en los boliches de La Plata como en los bares de Bolivia, donde la fama de aquel músico de apellido croata parecía no tener techo ni final. Su canción más conocida era "El chapaco alzao", una especie de himno tarijeño que Yerko paseaba por los carnavales de Bolivia lo mismo que en los aniversarios de La Plata o en los recitales en vivo que a fines de los sesenta transmitía el viejo Canal 2. Era una fama juvenil y entusiasta que se traducía en meses repartidos entre clases de Geología y recitales en Bolivia, Venezuela o Brasil, donde su tema "Que pobres tan ricos" alcanzaba el disco de oro y su popularidad lo llevaba a ser reconocido como una suerte de Sandro del altiplano o, como los propios medios de su país lo decían, el "Palito Ortega boliviano".

-Tengo todo para tener todo -solía decir él entre sus amigos, con aire zumbón y cierto parecido al entonces galán Gerard Depardieu.

Y era cierto: tenía fama y ganas de conseguir lo que se propusiera, tanto que no dudó un instante cuando se encontró con esa muchacha de ojos negros y mirada profunda en el asiento de aquel micro con destino a Buenos Aires. Ella era psicóloga y venía de terminar una relación reciente, y él era el cantante estrella de las noches de Macondo. Se miraron y se flecharon al instante. Ella lo tenía visto pero trató de no hacerlo notar. A él le pareció imposible no remarcarlo:

-Soy yo -le sonrió con la dentadura perfecta-, el cantante...

ELLA Y EL

Clic para ampliarAl poco tiempo de noviazgo, Yerko concretó una extensa gira por Bolivia y su nueva pareja no dudó en acompañarlo. Claudia era la mujer de un ídolo y tenía que estar cerca, en los campamentos de obra que se montaban en pueblos bolivianos como en ciudades de Venezuela o Brasil. Fue por esa época que él le propuso casamiento y la pareja selló matrimonio en Camirí, el pueblo que casi cuatro décadas atrás había visto nacer a Yerko. Eran principios de los ochenta y, un poco por sus contactos con el mercado musical y otro poco por la llegada que le daba su título académico, el geólogo devenido en cantante logró un contrato con una petrolera de Venezuela para radicarse en aquel país y apostar fuerte por los escenarios del caribe.

Era una vida de confort acomodada en un lujoso piso de Caracas, pero así y todo Claudia no llegaba a sentirse del todo realizada. Le gustaba la cercanía del mar y el vivir sin que les faltara nada, pero ella siempre había soñado con ejercer como psicóloga y, a diferencia de lo que se podía esperar en La Plata, donde los consultorios se expandían por aquellos años casi tanto como en París, en aquel país de calores y noches tropicales sólo había logrado conseguir un trabajo como asistente odontológica.

-Volvamos -le pidió ella al final de una gira que no había sido todo lo exitosa que soñaba él.

Fue una decisión difícil pero compartida que se tomó a fines de 1984. La pareja volvió al país y, si bien él nunca quiso desprenderse del todo de la posibilidad de triunfar como cantante, comenzó a darle más importancia a sus excursiones por el sur argentino para reinventarse y convertirse así en una suerte de cazador de petróleo capaz de todo.

EN LA PLATA

Se instalaron en un departamento de la calle 42 y ahí, dicen quienes conocieron a la pareja, comenzaron los problemas más serios y las disputas cargadas de violencia. Claudia lograba reinsertarse a su medio de a poco pero quería algo que su marido no compartía: tener un hijo. Fue en uno de esos desencuentros que ella terminó golpeada, y cuentan quienes fueron testigos que la noticia del embarazo, en 1986, no hizo más que distanciar la pareja un poco más de lo que ya lo estaba.

-Era una relación tortuosa -recordó Herzfel-. Yerko ejercía un rol dominante. Claudia podría haber triunfado como modelo porque era muy linda y tenía buena figura. Pero él la desvalorizaba siempre. Cuando estaba embarazada, él la tiró por la escalera. Lo sé porque ella me lo contó. Le pegó en la cabeza, le dejó un ojo morado y le rompió algunos dientes.

Lo que parecía una escalada violenta tuvo ese año un freno impensado. Fue cuando Claudia tenía cuatro meses de embarazo y Yerko andaba por el sur asesorando excavaciones petroleras. Su camioneta se dio vuelta en un ripio y, al poco tiempo del accidente, los médicos le informaron que iba a quedar parapléjico y en silla de ruedas. Lo trajeron de urgencia al Hospital Italiano de Buenos Aires y ella soportó todo su embarazo en el hospital junto a él, intentando olvidar las peleas y tratando de recomponer algo que parecía ya roto.

Una vez que le dieron el alta, volvieron al departamento de la calle 42 pero al poco tiempo, al ver que la silla de ruedas no encajaba en esas paredes de palomar, compraron una casa en la calle 39 para que Yerko tuviera algo más de espacio. La relación en la nueva casa no fue mucho mejor. Al contrario: pese a que Yerko solía hacer en público una rara gala de poderoso amante, la cama se había enfriado tanto luego del accidente que, por pedido del propio Yerko, la pareja terminó acudiendo a una terapeuta sexual para que los pudiera ayudar.

-Les indicó una serie de ejercicios de estimulación -precisó Herzfeld-. Pero Claudia no quería saber nada porque le parecían absurdos y los consideraba grotescos, antinaturales. Yerko, sin embargo, hacía grandes alegatos de su potencia sexual. Y Claudia no decía nada, por respeto...

La convivencia en la casa de la calle 39 duró poco más de un año y, a principios del 88, con el pequeño "Yerkito" de casi dos años, Claudia decidió separarse y se alquiló un departamento para irse a vivir con su hijo. Hubo dos intentos de reconciliación pero nunca pudieron aflorar. Ella quería reencauzar su carrera y sabía que al lado de Yerko no iba a poder. El, por su parte, nunca dejó venirse abajo y fue capaz, aún en uno de sus peores momentos, de volver a sonreír y confesarle a sus amigos:

-No pasa nada, ahora vuelvo al canto y pongo las cosas en su lugar.

EL FINAL

Intentó un regreso a principios de los noventa por los escenarios de La Plata pero no funcionó. Después, en 1995, consiguió una gira por Bolivia para ver si recuperaba cierto esplendor perdido pero tampoco prosperó. Aunque su sonrisa galante se mantenía intacta y sus ojos aún brillaban de claridad, Yerko ya no era el Yerko que se paseaba por los festivales con sus camisolas andinas sino un señor regordete y de piel curtida al que nunca parecía importarle haber quedado postrado en una silla. Así y todo, nunca se imaginó que su regreso a los medios en aquellos años no sería por una cuestión melódica sino más bien por una tragedia ecológica: el derrame de petróleo de Magdalena, de 1999, lo volvió a ubicar en su lugar de prestigioso geólogo y, aprovechando su título como Licenciado en Geología e Ingeniero en petróleo y su posgrado en Geomorfología, volvió a ver su apellido en las páginas de los diarios después de mucho tiempo. Hablaba de los desastres del derrame y, sumándose a las machas que organizaban los vecinos de Magdalena, tomó el hecho con toda la militancia mediática de que fue capaz.

Fue otra vez una fama fugaz y pasajera.

Vivía en su casa de la calle 39, mantenía una buena relación con su hijo "Yerkito" y era visitado con frecuencia por Maximiliano Romano, uno de sus asistentes más fieles y quien, el lunes pasado, terminaría acusado como el autor material del crimen de Claudia. Era el comienzo del nuevo siglo y ya había comenzado a incursionar por el tema de los seguros laborales y sus posibilidades de cobro. Fue por esa época que, según quienes investigaron el caso, comenzó a gestar la idea del crimen. Atrás habían quedado sus trabajos como geólogo en tierras patagónicas y, más atrás aún, como el recuerdo de un sueño de la juventud, sus conciertos por Venezuela y los festivales en Bolivia o Brasil.

Su próxima aparición mediática sería otra vez por un hecho impensado.

La defensa de Yerko, sin embargo, dijo durante el juicio que era un error creerlo culpable no sólo porque tenía una buena relación con su ex pareja, sino porque, además, no era cierto que Yerko Zlatar Alé tenía problemas económicos como para necesitar el cobro de su póliza de seguro.

Ninguna de las dos cosas, sin embargo, pudieron ser demostradas.

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