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Información General |PLATENSES EN EL MUNDO

Del Mondongo a Londres, tan distintos, tan iguales

Por SEBASTIÁN ORTEGA (*)

Del Mondongo a Londres, tan distintos, tan iguales

Sebastián Ortega vive en Londres, una ciudad en la que -destaca- se hablan más de 300 lenguas

22 de Enero de 2012 | 00:00

Clic para ampliarMi barrio fue siempre igual. Casi no tuvo cambios desde que mis abuelos se instalaron ahí. Mis papás se conocieron porque sus ventanas daban una frente a la otra. La esquina de casa era el típico lugar de encuentro de los pibes del Mondongo y el almacén de la vuelta, el lugar donde las madres se cruzaban todos los días para ponerse al tanto de las novedades antes de ir a preparar la comida. Cuando en un cumpleaños se hablaba de Inglaterra, yo escuchaba frases que incluían: “el té de las cinco”, “se porta como un señorito inglés”, “la mano de Dios” junto a “el gol del siglo”, y por supuesto “las Malvinas”. Y así crecí hasta que un día me vine a vivir a Londres.

Durante el vuelo no paraba de pensar en que finalmente iba a conocer en persona todo lo que alguna vez había oído sobre el mítico país: el Palacio de Buckingham, el Big Ben, las cabinas telefónicas rojas de la calle, los micros urbanos de doble piso, etc. Pero cuando puse el primer pie en la superficie de la estación Piccadilly Circus, sosteniendo un minúsculo mapa en la mano izquierda y arrastrando las valijas con la derecha, me quedé boquiabierto por algo que no había siquiera imaginado: la gente.

LA GENTE Y LAS PRIMERAS IMPRESIONES

Clic para ampliarMe habían regalado un librito para viajeros que hablaba de una cosa llamada “shock cultural”, que describía las distintas etapas por las que suele transitar una persona durante el proceso de adaptación a una nueva cultura. Fue por eso que esperaba experimentar la primera de ellas, llamada “Luna de Miel”, que consistía en un período de entusiasmo y actitud positiva hacia la nueva cultura. Y así fue.

El contraste entre las distintas etnias fue lo primero que me llamó la atención. Sin ser un experto en el tema, en minutos había aprendido a identificar rasgos físicos, conductas y formas de vestir que vinculaban a las personas con su lugar de origen. En mis primeros paseos a pie, buscaba ansioso cruzarme con un verdadero diálogo local en donde pudiera oír a las personas hablar con el particular acento del lugar. Pero para mi sorpresa, nunca escuchaba el inglés. Tiempo después me enteré de que en Londres se hablan más de 300 lenguas, lo que hacía que escuchar conversaciones en dialecto nativo fuera tan irónicamente difícil como encontrar argentinos que bailen tango.

Clic para ampliarLa gente conformaba un paisaje en sí mismo: hombres de trajes impecables, peinados con gel, mirada de concentración y apariencia de éxito. Mujeres altas, algunas muy rubias otras muy morenas, de faldas extremadamente cortas, tacos altos y medias que en su textura dibujaban las formas de las sensuales bucaneras sostenidas con ligas. Parecía como si cada una de las personas buscara tener algún diferencial estético en el collage urbano. Rara vez podía identificarse si una persona estaba vestida para una fiesta de gala o para ir al trabajo. Aún así, nadie volteaba para ver cómo lucía el otro. Me sorprendió leer por ahí que mirar fijamente a alguien podía ser considerada una conducta agresiva.

Estaba absolutamente sorprendido, ésta sería una experiencia similar a la de haber viajado a otro planeta.

LOS PRIMEROS CONTACTOS Y EL LENGUAJE

Clic para ampliarNo puede considerarse que se estableció conexión verdadera con una persona en Londres si no se ha compartido al menos con ella una salida de cervezas. Es posible encontrar algún pub prácticamente en cualquier rincón de la ciudad. Está fuertemente instalado el hábito de ir por una cerveza a la salida del trabajo en cada día de la semana, y tan estricto es el asunto que hay que preparar muy buenos argumentos si uno planea excusarse en alguna ocasión. El encuentro en el pub es el evento social por excelencia. Pero por si fuera poco, es costumbre que si alguien propone una salida adicional, éste pague la primera ronda al grupo de (nuevos) amigos, por lo que el invitado resulta necesariamente obligado a pagar la siguiente ronda, y algún otro rezagado la tercera. Los viernes son aptos sólo para valientes ya que el “after office” empieza a las 17 y no se para de tomar alcohol hasta que cierra el local en algún momento de la madrugada.

Entonces me tocó el turno de introducirme en el tema de las relaciones interpersonales y enfrentarme a la segunda etapa del shock cultural llamada “Ajuste”, caracterizada como el momento en que, aún invadido por una profunda sensación de confusión, se lucha por comprender las diferencias culturales, no sin antes anteponer ciertas resistencias.

Clic para ampliarCon cada persona o grupo que iba conociendo, se generaban espontáneamente charlas efusivas y maratónicas en donde todas las preguntas y relatos giraban alrededor de saber quién era y que hacía cada uno. El lenguaje jugaba en esta situación un rol fundamental: quien mejor dominaba el inglés, más liderazgo adquiría en las conversaciones y en las decisiones de grupo sin contemplar linaje ni títulos de nobleza.

Conforme transcurría el tiempo, los vínculos iban evolucionando en distintas formas. Las amistades de por vida comenzaban a perder terreno para darle lugar a las relaciones sentimentales. Pero curiosamente, las parejas se establecían entre personas que coincidían en el buen dominio de un mismo idioma: la portuguesa con el portugués, el alemán con la alemana, la inglesa con el estadounidense... En fin, el que hablaba bien, con el que hablaba bien, en el lenguaje que los protagonistas escogieran. Si esto era un patrón o no, no lo sabía... Al menos era lo que pasaba a mi alrededor. De todos modos, había una realidad imposible de ignorar: es difícil estar cómodo y expresar emociones cuando el lenguaje es un obstáculo.

LAS ADVERSIDADES

Clic para ampliarAlgunos reaccionan negativamente ante los desafíos que plantea un idioma que no domina, intentando pasar desapercibidos o refugiándose en aquellas cosas de sus raíces que le recuerdan las épocas en que contaban con la contención de su gente cercana. Otros aceptan su nueva condición y se disponen a enfrentar aquello que se les presenta aunque eso implique moverse fuera de su zona de confort. En mi caso, la primera no era en una opción viable ya que no hubiese sido posible sostener esa situación por mucho tiempo. Llevado por la corriente, entré sin darme cuenta en la tercera etapa del shock cultural: “Independencia”, que consiste en la aceptación de las diferencias y en la adecuación del comportamiento al nuevo contexto.

La falta de dominio del lenguaje no sólo es un problema a la hora de explicar cómo quiero el estilo del corte de pelo, sino que además pone a prueba nuestra autoestima y confianza, así como la capacidad de generar vínculos reales con las personas, de pedir el auxilio necesario ante una eventualidad, etc. La ironía, el eufemismo, la metáfora, el sarcasmo, etc., quedan fuera del alcance del hablante no experto: es común entonces sentirse insensible para detectarlos, y peor aún, uno se vuelve incapaz de producir efectos sutiles a partir de la comunicación. O sea, quedás afuera de los chistes, de las “indirectas”, y de las formas delicadas de salir de situaciones incómodas.

Intentar comunicarse en condiciones adversas genera además un desgaste mental que se percibe al final del día como una forma liviana de stress. Esto a su vez genera menor tolerancia al enfrentamiento de las adversidades, dando origen a un círculo vicioso.

Por lo tanto, a medida que nos conocíamos con las personas (más allá del punto necesario para saber quién era el otro), el esfuerzo por entenderse en inglés ya debía ser administrado cuidadosamente. A menudo llegaba el momento en que las relaciones entre las personas daban señales de amesetamiento cuando no tenían un lenguaje común que dominaran fluidamente.

EL TRATO

Más allá del lenguaje, también era un requerimiento encontrar la manera en que uno se adecuaba al resto de los comportamientos de la cultura.

El detalle del saludo generaba situaciones incómodamente divertidas en grupos multiculturales.

*)Cuando se presentan entre sí personas de cualquier género, se extienden la mano de la forma tradicional al mismo tiempo que mencionan sus nombres. Si ya se conocen, se saludan haciendo un choque palmas abiertas o bien haciendo un choque de nudillos con los puños cerrados. Nota importante: jamás un hombre saluda a otro con un beso en la mejilla.

*)Los londinenses no tienen contacto físico al saludarse, ni cuando se encuentran ni cuando se despiden. Si un grupo de personas está conversando y un londinense se une, simplemente se acerca y pronuncia un tímido “hola”, la mayoría de las veces sin establecer contacto visual. A la hora de despedirse, simplemente dice “adiós” y se aleja aún sin haber recibido reciprocidad en el saludo.

*)Los italianos saludan con dos besos. Primero la mejilla izquierda y luego la derecha.

*)Los alemanes, cuando existe cierta confianza, se saludan con un abrazo muy liviano en el que cada uno apoya la mano en la espalda del otro y realiza una especie de caricia que dura unos 3 segundos y acercan sus caras (como para dar un beso) pero ni sus caras ni sus cuerpos alcanzan a rozarse.

Una de las primeras veces en que aterricé en un grupo, se me ocurrió romper el hielo saludando a todos: saludé a un italiano que conocía con el choque de nudillos; a la italiana que conocía, con dos besos; a la alemana que conocía con abrazo liviano; a una chica que veía por primera vez, extendiendo la mano a la manera tradicional; y a una argentina que conocía con un solo beso. Cuando terminé la ronda, me sentí algo más que ridículo, pero hasta el día de hoy me acuerdo de esa situación con mucha gracia.

Más allá del saludo, los temas a tratar en las conversaciones deben ser seleccionados cuidadosamente. Es posible hablar cuanto uno quiera sobre el trabajo, la ciudad, el clima pero, para hablar de cuestiones familiares o personales, se requiere de cierta confianza. Quizá esto se logre recién en la segunda o tercera salida cervecera, o antes si la amistad se consolidó mediante una pronta borrachera. Caso contrario, se corre el riesgo de ser tildado de “rudo”.

EL MOMENTO DE LA VERDAD

Algunos meses más tarde, y a base de prueba y error, logré por fin sentirme cómodo manejando con confianza la mayoría de las situaciones que se me presentaban en el contexto de esta nueva cultura. Volví a releer el librito para viajeros que tenía guardado en un cajón del placard, y con una sonrisa descubrí que tales síntomas correspondían al arribo de la cuarta y última etapa: la de “Biculturalismo”.

Cuando el tiempo pasa, los amigos y las relaciones sentimentales toman el curso que tienen que tomar. Se va ganando experiencia con el idioma, se va construyendo confianza mutua, y es ahí cuando se puede conocer a las personas en profundidad.

En una reunión de amigos, una chica de la India nos cuenta que está triste porque la persona que conoció hace algunos días, todavía no la ha vuelto a llamar, pero ella está muy interesada en él. A eso, una chica España le recomienda no llamarlo para no hacer visible su estado de vulnerabilidad. Un amigo de Italia nos cuenta lo mucho que extraña a su novia y a su familia. Nada distinto de lo que ocurre en cualquier asado en La Plata. Otro amigo de Bulgaria comparte el relato de su largo y arduo proceso de adaptación a la nueva cultura y yo me siento más identificado que nunca.

Varios meses después de llegar acá, descubrí que cada uno de mis nuevos amigos había pasado por el mismo proceso, y su adaptación consistió también en aprender a establecer distintos tipos de relaciones, entre las cuales estaba la de aprender a tener un amigo argentino. Cada uno atravesó las distintas etapas del shock cultural hasta que finalmente llegamos a conocernos lo suficiente como para darnos cuenta de que nuestros sentimientos más profundos no dependían de nuestra cultura, sólo nos diferenciaba la manera de exteriorizarlos.

Mucho tiempo pasó hasta darnos cuenta de que éramos más parecidos de lo que se veía a simple vista, más allá del lenguaje que habláramos y de la forma de saludarnos. Cuando la veía llorar, no me daba cuenta si era de otro país o si hablaba otro idioma... Pero hubo que enfrentarlo y perseverar en ello para saberlo.


(*) Licenciado en informática y Master en Administración de Empresas. 33 años. Soltero. Vive en Londres desde septiembre de 2011

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