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Noticias en Tapa |LA CIUDAD

Navidad con penurias: récord de calor, apagones y diluvio

La Región vivió una jornada difícil. Hubo miles de familias que pasaron la Nochebuena sin luz. En la tarde del 24, la sensación térmica superó los 50 grados, una marca histórica. Ayer todavía había barrios sin electricidad. Reclamos

26 de Diciembre de 2012 | 00:00
Los iribarne, entre la angustia y la resignacion Viven en 20 entre 69 y 70. Tenían todo listo para un asado de Nochebuena cuando a las 6 de la tarde se cortó la luz. Recién volvió ayer después del mediodía
Los iribarne, entre la angustia y la resignacion Viven en 20 entre 69 y 70. Tenían todo listo para un asado de Nochebuena cuando a las 6 de la tarde se cortó la luz. Recién volvió ayer después del mediodía

Clic para ampliar“Los mayas se equivocaron -soltó Martín Ansilla en su patio del barrio La Loma, de cara a un cielo rosado que empezaba a soplar con furia y con una sonrisa que bien podía ser de resignación como de asombro-, el fin del mundo no era el 21 de diciembre. Era el 25”. Había pasado casi una hora de la medianoche y los Ansilla recién terminaban de levantar la mesa y mandar sillas, banquetas y los juguetes de los nenes para adentro. Todo a velocidad relámpago, un tanto inquietos por la inminencia de lo que parecía un temporal del Apocalipsis pero también, por qué no, algo más aliviados por el aire helado que soplaba del sur y cortaba con la asfixia a la que durante todo el día los había sometido el calor.

El aire no corría y cada vez que alguno iba hasta el balcón para recomponerse un poco, volvía a la mesa transpirado y repitiendo el mismo comentario: “hace más calor afuera que adentro”

La suya no fue una escena de excepción. Fue una postal común durante la Nochebuena de este lunes en varios puntos de la región, donde los apagones, una temperatura de horno y un diluvio que aguó fiestas en clubes y boliches terminaron por completar una celebración que muchos recordarán por lo accidentada e inusual.

Que lo diga, sino, Guido Tranchini, un vecino de 25 entre 32 y 33 que se quedó sin luz a las tres de la madrugada pero que sufrió por la energía eléctrica durante toda la cena y sus momentos previos. “Antes de quedarnos sin luz -contó-, la tensión subía y bajaba todo el tiempo, algo que en este barrio pasa siempre. Durante la cena fue igual y pensamos que se cortaba ahí. Al final el corte fue a las tres. Al rato volvió pero a las siete nos volvimos a quedar sin luz. Un infierno”.

sofocados

El aire acondicionado al máximo posible. Y si no había, el ventilador de techo o de pie a toda velocidad. Y si estaban los dos, entonces uno más a full que el otro. Cualquier recurso fue válido para intentar paliar, aunque sólo sea un poco, el calor sofocante que se registró en la Ciudad durante la Nochebuena.

Sin embargo, nada pareció alcanzar para hacerle frente a los 32,7 grados que, pasadas las 23, azotaban por igual en las casas del casco urbano como en las de la periferia. Mucho menos, claro, si se tenía en cuenta la brutal sensación térmica que llegó a rondar los 50 grados durante la tarde y que amenazó con derretir a cualquiera tuviera el valor de salir a la calle.

En el centro, ya de noche y con la mesa servida, ventanas abiertas y balcones parecían ser la fórmula para los que celebraban en departamentos y sin la suerte de un aire acondicionado. En los barrios con patios o en las casas con verde, todo parecía resumirse en ventiladores mandados para afuera o en pausas que iban de la cena a la pelopincho y de la pileta a sentarse otra vez a la mesa. A las personas mayores les destinaban los abanicos, y a los nenes chiquitos una toalla mojada para refrescar la cabeza.

El ahogo era tan grande que fueron pocos los que se animaron, después de la cena, a la tradicional mesa dulce que acompaña la Nochebuena pero que esta vez, ante las marcas del termómetro, aparecía más como una amenaza que subía las calorías del cuerpo que como un postre digestivo y relajante.

A pocas cuadras de los Ansilla, en 53 entre 21 y 22, Alicia y sus dos hijos afrontaron la falta de un aire acondicionado con un ventilador de pie y ventanas abiertas de par en par. Pero no alcanzaba: el aire no corría y cada vez que alguno iba hasta el balcón para recomponerse un poco de tanto sopor y cuerpo pegoteado, volvía a la mesa transpirado y repitiendo el mismo comentario: “hace más calor afuera que adentro”.

Ni que hablar de los que vivieron el horno navideño sin luz. Acostumbrados a algo tan elemental como la electricidad, cuando desapareció en medio del temporal, la vida se oscureció como en una película de terror y lo que estaba preparado como un festejo se volvió de golpe una pesadilla de la que resultaba imposible despertar.

“Los mayas se equivocaron”, repetía en tanto Martín, de cara al cielo enojado de la una de la madrugada y con toda la familia adentro de la casa y la mesa que un rato antes estaba servida afuera ya levantada. “Metete, por Dios, que está soplando fuerte”, le gritó la abuela, desde la ventana que daba al patio y con una voz ahogada en pánico.

Era cierto: a esa hora el cielo era un pozo oscuro y algo rojizo que parecía acercarse y las ramas de los árboles cercanos, como mecidas por un océano de aire, se balanceaban de un lado a otro y daban la impresión de salir volando con tronco y todo.

No es que no calculara el peligro, pero tanto transpirar, sofocarse y sufrir el calor durante la cena y sus horas previas hacían que Martín viviera ese momento como una pausa de alivio en medio de la asfixia antes que como una verdadera amenaza.

La masa de aire helado, que según el Servicio Meteorológico Nacional hizo descender la temperatura en casi doce grados, le daba de frente y él la recibía como una bendición celestial.

“Dejame que respire un poco”, decía Martín, mientras el temporal tan anunciado empezaba a decir presente en su patio de La Loma y en varios barrios de la ciudad, sin que él ni su familia lo supieran, hacía que el regreso de las personas a sus casas luego de la cena se viviera con apuro, nerviosismo y, casi, como si fuera un éxodo histérico y desesperado para escaparle a algo parecido al fin del mundo.

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