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Por IRENE BIANCHI
Una maestra de escuela pública, inaugura el patio techado del establecimiento en un acto público, al que asisten colegas, padres, familiares, alumnos, ex alumnos, personal ya retirado. Ese disparador argumental, es la excusa perfecta para que esta docente de alma, con 30 años de ininterrumpida y sacrificada labor frente al aula, pinte con palabras, miradas, gestos y silencios, el estereotipo de la “Señorita” de primaria.
La criatura que compone el actor rosarino Juan Pablo Geretto resulta entrañable, porque, a pesar de aparecer casi como una caricatura, esa “Maestra Normal” es absolutamente creíble y reconocible por el espectador. ¿Quién no recuerda con cariño y nostalgia la escuelita pública de su barrio? ¿Cómo olvidar a esas “señoritas” que oficiaban de “segundas mamás”, de cuya mano dibujamos nuestros primeros palotes y aprendimos a leer y a escribir?
Las inflexiones de su voz, su léxico, su postura, su lenguaje corporal, sus tics, sus muletillas, son los ingredientes (seguramente rescatados de sus propias vivencias) con los que el actor construye este logrado y querible personaje. El público festeja cada frase, cada bocadillo, porque le resuena, porque alguna vez lo oyó.
La Maestra de Geretto, parafraseando a Walt Whitman, contiene multitudes. Es severa, estricta, maniática, despótica por momentos, y también tierna y afectuosa. Rígida y permisiva, discriminatoria, y tolerante. En ese sentido, representa muchos aspectos de nuestro tan contradictorio y acomodaticio “ser nacional”. Su sonrisita falsa disfraza y morigera el impacto de una que otra honestidad brutal. Fluctúa entre la reflexión sincera y profunda, y el autoritarismo más feroz. Estas transiciones le permiten al versátil intérprete, desplegar su amplia gama de recursos expresivos, sobrevolando la emoción sincera, sin perder de vista el humor, la ironía y el sarcasmo.
El espectáculo de su autoría, divierte y conmueve, sobre todo cuando hace referencia al lamentable e imparable deterioro de nuestra educación pública, que supo ser motivo de legítimo orgullo.
Cuando el actor baja a la platea e interactúa con el público, demuestra una vez más su ductilidad y capacidad de improvisación.
Es un verdadero desafío mantener la atención del espectador durante casi hora y media, sin escenografía, ni utilería ni nada más que si mismo. Geretto lo logra, a fuerza de talento e histrionismo. ¡Chapeaux!
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