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ELDIA |EL PAIS

Hace diez años se iniciaba el ciclo K

Se cumple una década de la asunción de Kirchner

25 de Mayo de 2013 | 00:00
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Por MARIANO PEREZ DE EULATE

Aquel presidente recién asumido, cuyo nombre era difícil de pronunciar para la mayoría de la gente, hacía piruetas raras con el bastón de mando, al que había agarrado al revés, con la empuñadura para abajo. Vestía saco azul cruzado, corbata al tono y mocasines comunes, un estilo despojado que se convertiría en su impronta. La instantánea de la asunción de Néstor Kirchner, hace hoy diez años, inyectaba al escenario de entonces una notable dosis de esperanza, un aire de cambio que se explicaba, probablemente, por su condición de dirigente cuasi desconocido para el votante argentino promedio y porque enfrente tenía a su némesis, Carlos Menem, la figura política más polémica y preponderante de los 14 años anteriores. Era domingo, frío pero con un sol pleno.

Kirchner se había convertido en Presidente unos días antes de su asunción, el 14 de mayo, luego de que Menem renunciara a disputar con él la segunda vuelta de las elecciones presidenciales que habían tenido lugar el 27 de abril. Ellos habían sido los dos candidatos más votados: el riojano salió primero, con casi 25 puntos, y el sureño quedó segundo, con poquito más de 22. Fue lo más cerca que estuvo la Argentina de tener un ballotage para definir la jefatura del Estado.

Las razones de aquella decisión de Menem, prevista por la Constitución y el Código Electoral, no hay que rastrearlas en los argumentos que esgrimió en su discurso de dimisión –trasmitido desde La Rioja en condiciones que rozaron el patetismo- sino en las encuestas de intención de voto: todas hablaban de una derrota estrepitosa del dos veces presidente o, si se quiere, de un aplastante triunfo del entonces gobernador santacruceño. Era inevitable en una sociedad que había incorporado una demanda de cambio con un alto grado de contenido ético.

ESE DIA

Frente a la Asamblea Legislativa reunida el día patrio, el presidente saliente Eduardo Duhalde colocó la banda celeste y blanca a un Kirchner mucho menos canoso de lo que muestran las fotos inmediatamente anteriores a su muerte, ocurrida en octubre de 2010. El sureño habló unos 50 minutos, acentuando un mensaje con fuerte contenido moral, lleno de promesas de cambio y fuertemente ideológico. “Quiero que seamos un país serio”, acuñó aquel día. Era la primera vez que su tradicional seseo copaba la cadena nacional.

En efecto, Kirchner había intuido que la sociedad deseaba creer en algo o en alguien nuevo, fresco, descontaminado y que ese sentimiento sería más fuerte que la añoranza del 1 a 1 a la que remitía Menem. Jugaría durante toda la campaña con la idea de que su proyecto tenía una raigambre industrialista nacional y que el de su rival encarnaba sólo el neoliberalismo latinoamericano que empezaba a ser cuestionado en el cono sur.

En verdad, el santacruceño era un tradicional caudillo peronista del interior pero con una pátina setentista que, fuera de los límites de su provincia, podía parecer una rareza. Su apellido casi impronunciable terminó siendo una de sus mayores fortalezas.

Después de jurar en el Congreso, Kirchner recorrió en un Renault Laguna azul las 15 cuadras que hay hasta la Casa Rosada, donde debía tomar juramento a su gabinete. A su lado, vestida con colores claros, Cristina Fernández debutaba como primera dama. Miles de personas los vivaron desde las veredas de la Avenida de Mayo. Y cuando finalmente bajó del auto en Balcarce y Rivadavia se produciría la segunda foto de su asunción que pasó a la posteridad: en vez de subir por la alfombra roja que lo esperaba se zambulló en la multitud, para desesperación de la custodia presidencial. Entonces, en medio del tumulto de saludos, se golpeó en la frente con la cámara del fotógrafo Martín Acosta quien, vaya capricho del destino, por ese entonces trabajaba en el diario Clarín. Finalmente, una bandita blanca por arriba de las cejas daría testimonio de ese episodio mientras los ministros se comprometían a acompañarlo.

En verdad, Kirchner no se había fijado como objetivo la Presidencia para aquel 2003. Sí venía trabajando pacientemente en el armado de un proyecto que tenía como horizonte declarado el año 2007. Es que, cuando se largó a caminar el país, en el inicio del siglo, los cálculos de todos los peronistas le daban a la gobernante Alianza UCR-Frepaso la posibilidad de mantenerse dos períodos. Es historia conocida cómo se precipitaron los tiempos y cómo terminó el experimento aliancista.

PROYECCION NACIONAL

En aquellos inicios del proceso de nacionalización de su figura, Kirchner fundó “La Corriente”, un espacio que se reivindicaba peronista pero que pretendía diferenciarse de la conducción oficial del PJ que ostentaba Menem seduciendo a los que, enojados, se habían alejado de un partido que en los años noventa se volcó al liberalismo económico y a la centroderecha política. Eran tiempos de un trabajo hormiga, provincia por provincia, con actos muy pequeños, casi desiertos. Y de una inversión publicitaria notable en Crónica televisión que, insistentemente, cada fin de semana trasmitía las caminatas por el Conurbano de ese hombre de mirada desviada.

El inicio de la debacle de la Alianza, a fines del 2000 y principios del fatídico 2001, encontró a Kirchner, como mandatario de Santa Cruz, liderando el grupo de provincias chicas gobernadas por el justicialismo que, haciendo causa común frente a las más grandes y poderosas, solían discutir acuerdos fiscales y económicos con un debilitado Fernando De la Rúa. Eso le dio un protagonismo político en el “mundo PJ” que luego sería muy bien explotado en el gobierno transitorio de Duhalde.

Porque Kirchner, que se había alejado del menemismo en la mitad de los años 90, se convirtió en aliado de Duhalde cuando se reeditó la pelea política entre el bonaerense y Menem. De esa época datan, por ejemplo, las reuniones con reminiscencias setentistas del llamado Grupo Calafate, que empezó a reunirse con la idea de inyectarle algo de progresismo a la fallida candidatura presidencial de Duhalde, en el 99, y cobraría más fuerza un par de años después. Muchos creen que ese es el verdadero germen fundacional de lo que luego se conocería como kirchnerismo.

Kirchner, que se preocupaba por entender la economía, sabía que las medidas económicas que tomó Duhalde al asumir la presidencia, aún siendo antipáticas para algunos sectores sociales, marcarían el camino hacia la recuperación económica y que, si hacía las cosas bien, él podría disfrutar de sus resultados a mediano plazo.

Entonces, hubo un hecho clave que apuró los tiempos: el asesinato bajo las balas policiales de los dirigentes sociales Kosteki y Santillán, en junio de 2002. Ese crimen -conocido luego como la Masacre de Avellaneda- asustó a Duhalde, tal vez porque pensó que la calle podía tornarse un caos si no daba señales. Y decidió adelantar las elecciones presidenciales, que estaban previstas para octubre de 2003, a abril de aquel año. Dicen, además, que postergó cualquier sueño de ser él mismo candidato.

Desde la Rosada, Duhalde se fijó un objetivo político primordial: evitar que Menem, que soñaba con un regreso triunfal, tuviera chances de volver a ser Presidente. Fue así que impulsó la anulación de las internas en el peronismo, un terreno en el que el riojano se tenía fe, y consiguió el aval legislativo para que todos los candidatos del PJ compitieran con sellos propios el día de la elección general.

El segundo objetivo que se fijó Duhalde fue poner la fuerza del Estado y el poder territorial del PJ bonaerense a favor de un candidato. Intentó que fuera el santafesino Carlos Reutemann, que no se animó. Probó con el cordobés José de la Sota, que largó pero luego se bajó. Menos públicamente, acercó la oferta a Felipe Solá, quien todavía se debe estar arrepintiendo de haber dicho que no. Y finalmente apareció Kirchner, muy decidido, que tenía el menor nivel de conocimiento de todos los antes mencionados. Fue todo muy rápido: entre su designación como candidato del Gobierno y la elección no pasaron más de tres meses. Una de las cartas fuertes del santacruceño fue asegurar que si él triunfaba su ministro de Economía seguiría siendo Roberto Lavagna, en cierta forma arquitecto de la recuperación que empezaba a insinuarse.

El comicio presidencial fue, casi con seguridad, el más disputado de la historia reciente. Lo dicho: luego de la primera vuelta, el ballotage debía realizarse el 18 de mayo pero Menem renunció 4 días antes. La historia dirá de él que esquivó la posibilidad de respetar las instituciones justo el mismo día calendario –14 de mayo- en que lo eligieron presidente dos veces: la primera en 1989 y la segunda en 1995.

Aquel 25 de mayo de 2003, luego de armar un gabinete que marcó alguna continuidad respecto al de Duhalde pero que también tenía caras nuevas, Kirchner inició su presidencia con la prioridad de acumular poder para atenuar la imagen de debilidad que podía darle el escueto 22% de respaldo de la primera vuelta. Logró holgadamente ese objetivo en los cuatro años siguientes.


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