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Por PEPE ELIASCHEV
Twitter: @peliaschev
En la voluble política argentina nada es para siempre y todo siempre puede suceder, pero el impacto de los resultados electorales ha ido calando con dureza en la intimidad del grupo gobernante. Terco y empecinado, pero nunca distraído tocante a la preservación de su poder, el Gobierno se lamió las heridas durante varias jornadas y dedicó este nuevo fin de semana largo a preparar su respuesta a la adversidad. Este mismo clima de respiro es propicio para intentar algunas aproximaciones básicas, sobre todo considerando que el debate nacional se orienta a una ecuación inescapable: se va el kirchnerismo del poder o se queda, no importa cómo.
EXISTENCIA
Conviene subrayar que el llamado kirchnerismo no existía un día como hoy hace diez años. Muy paradigmático del peronismo, este esquema de poder se armó desde el Estado. Sin las palancas del Estado, la permanencia del kirchnerismo conduciendo al país se torna problemática. Pero desde este prisma central, se desprenden algunos hechos que (si se los pone en escena de manera articulada) configuran un panorama mucho más que inquietante.
Una de las claves de la coyuntura pasa por una conducción política enamorada de sí misma, de sus recetas y de sus modales. Ese auto embelesamiento explica muchas de las equivocaciones inauditas perpetradas por el grupo gobernante de cara a muy concretos factores económicos y sociales. Se ha convertido, con políticas como las relacionadas con los sectores dinámicos del campo (leche, carne, cereales), en una máquina de expulsar amigos y crearse enemigos.
FASCINACIoN
Los gobiernos de raíz popular pero aspiraciones mesiánicas se fascinan con sus fantasías. El régimen cubano, que entre 1967 y 1969 se distanció mucho de la Unión Soviética que lo subsidiaba generosamente, lanzó la idea demencial de una zafra azucarera de diez millones de toneladas en 1970. Enamorada de su voluntarismo irracional, Cuba fracasó con aquel objetivo. Nunca lo alcanzó. Hoy, Cuba produce 1.3 millones de toneladas por año y ha venido importando azúcar, mientras que Brasil se acerca a las 38 millones de toneladas.
Los gobiernos ensimismados en la verosimilitud de sus propios relatos, avanzan con la vista nublada, sólo preocupados por ver al mundo en función de sus obstinaciones. Esto es la auto-referencialidad. En el caso argentino, el grupo gobernante ha reiterado hasta el hastío que el mundo se “cayó” y que este país vive una sucesión maravillosa de éxitos irreversibles. Ven al mundo desde un ombligo muy especial, que les impide incluso evaluar desarrollos virtuosos en la propia América del Sur, como se verifica en muchos sentidos y hace ya muchos años, en Perú, Chile y Colombia, por ejemplo. El problema de esa auto referencialidad no sólo es que expresa una indigencia cultural bochornosa, puesto que expresa una manera aldeana de ver y tratar a la realidad. Además, es un camino estéril, porque revela incapacidad de aprender, mejorar, rectificar y progresar.
CAUTIVERIO
Enamorado de su epifanía y secuestrado por sus opciones domésticas, el grupo gobernante pareció haber quedado rehén hasta este 11 de agosto de sus resultados de 2011. Ese 54 por ciento desencadenó un cautiverio, en tanto que desde el triángulo geográfico del poder (Olivos, El Calafate, Casa Rosada) se lo interpretó como un guarismo irrevocable e imperecedero. Pero nada hay que sea perpetuo y aquel 54 por ciento quedó empapado del frío chubasco del 26 por ciento del 11/8. Si aquel triunfo clamoroso hubiese sido evaluado con descarnada inteligencia, asumiendo su excepcionalidad, quienes gobiernan no deberían haber organizado su actuación en las PASO con tanta altanería y tan convencidos de que nada malo les podía suceder.
Tal como lo ha dicho con elogiable claridad La Cámpora, el gobierno de la Argentina no se considera peronista. Han dicho en su primera (y alucinada) reacción ante la derrota del pasado domingo, que al país lo gobierna una facción que asumió el poder el 25 de mayo de 2003. Así, el grupo gobernante se ha manejado siguiendo un viejo y muy desprestigiado precepto; lo ha hecho con “camaradas de ruta”. Es un concepto nacido con la irrupción del marxismo-leninismo a comienzos del siglo XX. El gobierno soviético y sus filiales, los partidos comunistas del mundo, abrazaban a ocasionales compañeros mientras durase un determinado lapso. Iban con ellos en un tramo de la ruta. Esto lo saben bien quienes han abrazado con fervor de conversos la experiencia kirchnerista, habida cuenta de que mamaron hace años aquellas prácticas de impertérrito oportunismo. En tanto se les hizo la vida imposible a numerosos peronistas de toda la vida, el grupo gobernante se arrinconó junto a puñados de amigos de ocasión que le aportarían lustre ideológico, pero escuálida consistencia política verdadera.
IRONIAS
El caso de Daniel Scioli es de una clamorosa claridad. No hubo humillación que le ahorrasen, como lo acreditan la manera en que lo “atendieron” primero con Martín Sabatella y luego con el irrelevante Gabriel Mariotto. ¿Todo para qué? Para terminar exhibiendo una Scioli-dependencia asombrosa. Todo se puede hacer y mucho se puede maquillar, pero tras tantas y tan desmesuradas descalificaciones del Gobernador, ¿es imaginable que el cambio se produzca sin sufrimiento militante para el grupo gobernante? Es que en las elecciones del 27 de octubre para el Gobierno el aporte de Scioli no es fundamental: es imprescindible.
En este contexto, el dispositivo oficial de descalificar malamente a los políticos que surgieron triunfales del 11/8 no sólo es de un infantilismo hiriente, sino que además empaña las ya de por sí desflecadas credenciales democráticas del grupo gobernante. La noción de políticos como “suplentes” exhibe una arrogancia insufrible, claro, pero sobre todo patentiza la vieja raíz corporativa del justicialismo. Lo que ha reflotado ahora el grupo gobernante es la idea de que al país se lo gobierna no desde la voluntad democrática de los electores, sino desde la potencia de fuego de las “fuerzas vivas”. En la jerga oficial, ahora resulta que los políticos son irresponsables y demagógicos. Por eso apuntan a “arreglar” con los titulares, los llamados “dueños de la pelota”.
Es un mecanismo reactivo que segrega desprecio, soberbia y altanería, rasgos particularmente llamativos cuando provienen de las filas de un movimiento que se ha pasado la vida reclamando respeto por la soberanía política del pueblo. El peronismo de Perón simpatizaba intensamente con acuerdos y pactos sociales. De hecho, intentaron acordar con “los dueños de la pelota” no más llegar al gobierno en 1973. Pero lo hacían, inicialmente al menos, en el marco y con el respaldo de convergencias políticas partidarias. De eso hoy nada queda. En la Casa Rosada se ríen de los partidos y de los dirigentes que no reportan al poder. Lo dijo con su siempre encantadora y veraz frontalidad, Aníbal Fernández, un intelectual de exquisita sofisticación: al Gobierno los resultados del 11/8 le importan “un carajo”.
TEMPERAMENTO
Reina el enfado presidencial. No se sabe bien por qué, pero la temperatura que se percibe es que en los ámbitos híper blindados del poder, se vive una sensación de annus horribilis. ¿Enamorados de sí mismos o convencidos de que los sigue la mala suerte? Parecen sentimientos encontrados, pero no lo son, se complementan. Revelan una misma base temperamental, muy fértil para que prosperen reacciones extremas y furiosas, además de ser puntualmente disparatadas. En esta primacía de la subjetividad más explícita, se detecta una opción por no controlar los impulsos. Un caso inmediato es el comentario presidencial sobre el “triunfo” en la Antártida y en las tierras de los qom de Formosa. Esos impulsos deberían haber sido sofrenados y bloqueados si la década “ganada” hubiera producido en la Argentina algo parecido a un “sistema de toma de decisiones”. Tal sistema no existe: en su lugar proliferan los arranques humorales.
DEBILIDAD
Estas son las coordenadas que enmarcan los próximos setenta días. La templanza y la sabiduría del Gobierno serán decisivas, sobre todo considerando que es desde ese lugar de donde debe salir la novedad o el intento de tomar conciencia de los cambios producidos. Gran problema para el grupo gobernante es que, con solo no cometer errores, Sergio Massa, el macrismo y el centro izquierda marchan hacia revalidar incluso o ampliar en octubre sus resultados de agosto. Paradójico predicamento el de un gobierno que no oculta su debilidad por victimizarse. ¿No fue acaso desde el kirchnerismo que se dijo que los opositores debían organizarse e ir a elecciones? ¿Para qué lo hicieron, para que ahora los llamaran suplentes?
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