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Detrás de la tragedia: historias de heroísmo

Sebastián Cars es tercera generación de bombero voluntario. Lleva la vocación en la sangre y la ejerce en el cuartel de Berisso. Simboliza, junto a su familia, el compromiso que entraña un oficio que esta semana sufrió un terrible golpe con el trágico incendio de Barracas en el que murieron nueve bomberos

9 de Febrero de 2014 | 00:00
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Aunque la tragedia de Barracas, donde a mitad de semana perdieron la vida siete bomberos y dos rescatistas, golpeó a todo el país, hubo un sector de la sociedad que vivió el episodio como quien comparte un duelo familiar: los integrantes de los cuerpos de bomberos, hermanados con las víctimas por la fuerza de su propia vocación.

Y es que lejos de lo que mayoría imagina, la vocación de bombero conforma una suerte de hermandad. Tanto es así que incluso sin recibir ninguna remuneración a cambio, a costa de su propio tiempo en familia y poniendo muchas veces en juego su vida, una gran cantidad de vecinos decide no hacer oídos sordos a ese llamado singular.

Incluso sin recibir ninguna remuneración a cambio, a costa de su propio tiempo y poniendo muchas veces en juego su vida, una gran cantidad de vecinos decide no hacer oídos sordos a ese llamado singular

Desde médicos e ingenieros con una carrera hecha hasta chicos que apenas superan la mayoría de edad, más de trescientas personas integran actualmente los cuerpos de bomberos voluntarios de Berisso y Ensenada. Quiénes son y por qué lo hacen constituye el trasfondo de historias de vida que es bueno conocer.

74 AÑOS DE SERVICIO

A sus 95 años, Luis Jorge, es en Berisso una leyenda en pie. Además de la enorme cantidad de diplomas, reconocimientos y condecoraciones que hoy atestan el living de su casa, su vida ha inspirado una obra de teatro, un libro, un gigantesco mural... Aunque probablemente sea el bombero más viejo del mundo, todos esos homenajes no lo son tanto por sus años de servicio como por la entrega con que siempre vivió su vocación.

Con su uniforme de sub comandante de la Reserva del Cuerpo de Voluntarios de Berisso, donde ostenta media docena de medallas doradas, Luis dice que su entusiasmo por combatir el fuego le nació a los cuatro años de edad, un día en que su madre lo llevó a presenciar el incendio de un almacén. “En Zárate, donde vivíamos, no había todavía cuerpo de bomberos y los vecinos intentaban apagar aquel fuego enorme con ollas y baldes. Al final del día todo terminó por quemarse -cuenta-, y a mí eso me quedó”.

"No lo cambio por nada. Porque más allá de que me gusta lo que hago, está también la gratificación de ayudar: a veces, una palmada o la sonrisa de un nene le alcanza y te sobra para volver al otro día a trabajar"

Lo cierto es que una de las primeras cosas que hizo Luis al llegar a Berisso a principios de la década del treinta en busca de trabajo fue presentarse en el cuartel de bomberos para averiguar qué hacia falta para trabajar ahí. A pesar de que había viajado solo desde Zárate con cinco pesos en el bolsillo, a sus 14 años era todavía muy chico para ser bombero, le explicó un muchacho que le dijo que tenía que esperar hasta tener por lo menos 20; y así lo hizo él.

“Ocho días después de cumplir veinte fui a anotarme y después de un año como aprendiz empecé a trabajar”, cuenta Luis, quien asegura que por entonces la dotación no era ni remotamente lo que es hoy. “Seríamos unos quince bomberos entre los voluntarios y los que cobraban un sueldo de la policía”; “el único transporte que teníamos era una chata con dos bancos de plaza y unas mangueras enrolladas a los costados; y en lugar de sirena, “se tiraban bombas de estruendo para convocarnos cuando había necesidad”.

De mucamo en una casa de familia, su primer empleo pago, Luis pasó a trabajar como ayudante de cocina en la fonda de un griego; luego fue peón de albañil, amarrador de buques, empleado en los frigoríficos, boxeador... pero más allá de las ocupaciones con que se ganó la vida, nunca dejó de ser bombero voluntario, un compromiso que muchas veces puso incluso por encima de su ocupación. “No lo cambio por nada. Porque más allá de que me gusta lo que hago, está también la gratificación de ayudar: a veces, una palmada en la espalda o la sonrisa de un nene te alcanza y te sobra para volver al otro día a trabajar”

En 1944, durante el incendio del buque tanque Bahía San Blas, uno de los mayores incendios que se hayan registrado en el Puerto La Plata, Luis estuvo ocho días trabajando junto a otros bomberos casi sin dormir hasta que lograron controlar las llamas. Y aunque durante todo ese tiempo no dejaba de preguntarse si el frigorífico Armour le guardaría el trabajo cuando terminara el incendio, en ningún momento se le ocurrió abandonar.

Tras 74 años de servicios activos, los rostros de las personas que salvó y las que no pudo salvar conviven con él: como la de aquel hombre que “se largó desde el puente de un buque en llamas con una valijita de cartón atada al pescuezo” o la de aquella chica que murió tomándole la mano cuando iban camino al hospital. Pero aun con tantas vivencia a su espalda, Luis no vive en el pasado: la tragedia de Barracas lo tuvo dos días enteros pegado al televisor, cuenta su hija. “Por favor no deje de poner en la nota mis condolencias a las familias de los muchachos y la chica que murieron”, pide conmovido el propio Luis.

TERCERA GENERACION

Cuenta Sebastián Cars que sus primeros recuerdos son en un cuartel. No tenía cuatro meses de vida cuando su papá, que ya por entonces era bombero voluntario lo mismo que su abuelo Antonio, llevó a la familia a vivir a uno de los departamentos que posee el Cuerpo de Bomberos Voluntarios de Berisso para los que necesitan quedarse en él.

“Crecí adentro del cuartel con los hijos de los otros bomberos que vivían ahí. Nos la pasábamos jugando arriba de la autobomba, participábamos en los desfiles de la Fiesta del Inmigrante, andábamos todo el día con mangueras viejas apagando incendios imaginarios en el barrio”; cuenta Sebastián y al escucharlo no extraña que tras dejar atrás su infancia haya heredado la vocación de la misma forma que lo hizo en su momento su papá.

“Apenas tuve edad suficiente, empecé a hacer el curso de bombero todos los años: a los 17 conseguí que me dieran el alta como cadete, y los 18 me convertí en bombero”, explica Sebastián, quien hoy, a sus 26, es una suerte de bombero full time, ya que trabaja como voluntario en su tiempo libre e integra además el equipo anti incendios de Siderar.

Tercera generación de una familia de bomberos voluntarios, Sebastián cuenta que su abuelo Antonio, quien llegó a ser comandante mayor del Cuerpo de Berisso, seguía saliendo a apagar incendios incluso muchos años después de jubilarse como un bombero más: y que llegado el momento, acaso lo mismo haga él.

“No lo cambio por nada -dice-, porque más allá de que me gusta lo que hago, está también la gratificación de ayudar. A veces, una palmada en la espalda o la sonrisa de un nene te alcanza y te sobra para volver al otro día a trabajar”.

Todo el día con el handy a mano y dispuesto a salir corriendo incluso a mitad de un compromiso familiar, quienes lo conocen saben que no sirve de nada reprocharle su elección. “Siempre le digo a mi novia: criticame lo que quieras pero no por ser bombero, porque ya me conociste así”.

LA NENA DEL CUARTEL

A los 16 años, una edad en que muchas chicas no suelen hacer planes más allá del fin de semana, Florencia Taha ya tenía muy clara su vocación: ella quería ser bombera. Fue así que apenas tuvo la oportunidad comenzó a frecuentar el cuartel de Bomberos Voluntarios de Berisso junto con su hermano con la esperanza de ir colándose de a poco en ese mundo que la llenaba de fascinación.

“Todo empezó con mi hermano -cuenta-. El fue el primero de nuestra familia al que se le metió la idea de hacerse bomberos voluntario. A los 10 años, Gonzalo comenzó la carrera de aspirante y, apenas pude, yo lo seguí”, cuenta Florencia. quien hoy, a sus 20 años, es en cierto modo “la nena del cuartel”.

Y es que, dueña de una mirada y una sonrisa que sugieren menos años de los que tiene, cuando Florencia comenzó a hacer el curso preparatorio para convertirse en bombera voluntaria, no había por entonces en el cuartel central de Berisso ninguna otra mujer. “Sí las había ya en el destacamento de Villa Zula -explica- y desde entonces se han ido incorporando más”.

Sin embargo, el hecho de incursionar en un mundo dominado mayoritariamente por hombres no la amedrentó como tampoco lo que le deparaba su elección. En los dos años que lleva como bombera le ha tocado ya intervenir en numerosos incendios, algunos de ellos de cierta magnitud. “El año pasado estuve en el incendio de la fábrica Caterini en Bernal. Fue mi mayor incendio”, cuenta orgullosa.

Aunque además de ser bombera cursa la carrera de abogacía y trabaja medio turno en un comercio de ropa, Florencia reconoce que siempre está pendiente de la radio portátil con que la convocan en caso de emergencia, aun cuando muchas veces sabe de antemano que sus otros compromisos le impiden asistir.

“No puedo evitarlo -confiesa-. Es algo que me atrapó desde el primer momento y me sigue atrapando: la adrenalina, pero sobre todo el goce de ayudar a alguien. No es fácil explicar lo que se siente, pero te llena un montón”.


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