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“Calles y otros relatos” da título a la primera traducción al español de 11 cuentos del estadounidense Stephen Dixon publicada en Argentina, un paneo intimista de Nueva York con pasos de comedia entre la tragedia y el absurdo.
Publicados entre el ‘76 y el ‘89 y ahora en Argentina por Eterna Cadencia, los cuentos son un decantado de la antología “The stories of Stephen Dixon”, de 1994, y de la compilación de rarezas “What is all this?”, de 2010, realizada por el escritor argentino Eduardo Berti junto al propio Dixon.
Su voz narra una Nueva York posmoderna donde todo lo que ocurre -a sus ciudadanos de clase media- les pasa de manera “muy civilizada”: violaciones, asesinatos, amputaciones o rescates que dispara hacia el delirio para luego volver a ajustar la tuerca y retomar un realismo de cruda humanidad.
Ahí están “La firma” y el hombre divagante que abandona el hospital y el cuerpo de su esposa recién fallecida en la noche neoyorquina: “No quiero saber nada de ella nunca más. No volveré a pronunciar su nombre. No regresaré a nuestro departamento. Dejaré que nuestro auto se pudra en las calles hasta que se lo lleve la grúa”.
También están los enredos tragicómicos de “Calles”, con servicios públicos de emergencia que no responden a las llamadas de auxilio; el hospital donde todavía se podía fumar con el suicida de “Corte” visto desde distintos ángulos -esposa, enfermeras, médicos, amigos, hijos, desconocidos que comparten cuarto- o la loca transacción con un mendigo que emprende el trabajo mal pago de “Reloj” para conservar la memoria de su padre.
Nacido en 1936 en la isla Manhattan, Dixon fue periodista pero a los 26 años dejó el oficio por trabajos que le permitieran dedicarse a escribir ficción. Estudió de todo menos literatura -graduado en Relaciones Internacionales- y recién después de los 40 comenzó a publicar sus libros, 30 en total, con gran reconocimiento.
Sus novelas “Frog” e “Interestate” fueron finalistas del National Book Award y ganó la mayoría de los premios literarios de su país, entre otros el O. Henry y el Pushcart, además de los honores de instituciones como Guggenheim y la universidad Johns Hopkins, donde dictó literatura hasta 2007.
Los dichos de Dixon que recupera el escritor Rodrigo Fresán en el prólogo del libro dicen mucho de su obra: “El ritmo es parte tan importante de un cuento como lo es el argumento. Y el lenguaje es parte de ese ritmo. Trabajan juntos. Al final todo se reduce a las palabras correctas”, “nada debe destacar ni llamar particularmente la atención. Todo debe trabajar al mismo tiempo, marcando el paso”.
De raíces literarias centroeuropeas -Kafka es su norte-; modales “hiper-maxi-freak-realistas”; “el menos pretencioso escritor vivo”; pariente lejano de Calvino, Cortázar o Perec; Dixon es también un comediante, del tipo de Jerry Seinfield o el primer Woody Allen, de esos “desesperados monologuistas especialistas en el todo y la nada y el todo otra vez como tema”, resume Fresán.
Del cuento `Adiós al adiós`: “...nada o casi nada andaba mal, todo o casi todo iba bien, así que por eso digo que de repente entré en estado de shock. `¿Quieres el divorcio?`(...) `Sí``, dijo, `el divorcio`. `¿Por qué?`. `Porque ya no te amo`, dijo. `Pero la semana pasada o la anterior dijiste que me amabas más de lo que nunca amaste (...)` `Mentía`. `No mentirías sobre algo así`. `Te digo que estaba mintiendo`”.
Fresán continúa describiéndolo: “veloz escritor norteamericano a máquina de escribir mecánica (tiene computadora pero no la usa)” o uno entre siete hijos que “jamás se repuso” a la muerte de su hermano Jimmy, a quien le recomendó zarpar en un barco que se hundió; que de niño fue tartamudo y alguna vez trabajó como chofer de micro escolar, barman, analista de sistemas y modelo de pintura.
En el libro traducido por Martín Schifino, Dixon reseña que comenzó con “historias realistas que no tenían ninguna energía” y “eran muy estáticas”: “Tenía que soltarme y dejarme ir. Lo hice y aquí estoy”, dice.
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