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Los padres de la escuela pública se han acostumbrado a convivir con la incertidumbre. Saben que la suspensión de clases -por paro, por desinfección, por perfeccionamiento, por falta de agua, por cortes de luz o por las dudas- es una variable que ya está incorporada a su vida cotidiana. Poco se repara, sin embargo, en el impacto que esto tiene en la organización y la rutina familiar.
Muchas veces, los padres tienen que salir desesperados a pedir auxilio de abuelos, tíos o vecinos para dejar a los chicos. Los que pueden, los llevan a sus trabajos, con la complicación y dificultad que eso supone. Muchos no tienen más remedio que dejarlos unas horas solos -cuando ya tienen edad de poder hacerlo-, mientras otros deben pagar extra a una persona que los cuide o los atienda.
Por supuesto, esto se combina con la preocupación que representa para los padres ver que sus hijos pierden días de clase y ven debilitada, de esa forma, su educación.
Un cronograma escolar previsible, ordenado y que se cumpla a rajatabla es un presupuesto esencial para cumplir el tácito contrato de confianza que se establece entre las familias y las escuelas. Sin embargo, hace ya muchos años que esto parece en la Argentina -y en particular en la Provincia- una utopía.
Está claro que los padres no mandan a sus hijos al colegio para que alguien “se los tenga”. Pero también está claro que la trabajosa organización de una familia depende en buena medida de que la agenda escolar de los chicos sea ordenada y previsible.
Cuando se habla con familias que han tomado la decisión de mudar a sus hijos desde escuelas públicas a colegios privados, lo primero que se destaca pasa por aquí: antes, dos por tres, se quedaban sin clase. Ahora, por lo menos, sabemos que van todos los días a la escuela. Es lo mínimo. Sin esa base y sin esa certeza, la educación no puede funcionar.
En estos días se ha instalado la posibilidad de que, otra vez, las clases en la Provincia no empiecen el 6 de marzo, como deberían empezar. Para los padres es una historia conocida. Muchos ya se preparan para administrar la emergencia. Las colonias de vacaciones habrán terminado y los chicos estarán, probablemente, uno, dos, quizá más días (o semanas) a la deriva.
No poder tener la certeza de cuándo empezarán las clases es, naturalmente, un factor que estresa, angustia y complica a las familias.
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